lunes, 4 de noviembre de 2019

LA GASOLINA





Hoy fui a echarle gasolina al carro. En verdad no hacía falta porque tenía tres cuartos de tanque.

Fue un acto simbólico.

La que necesitaba la gasolina era yo.

Y es que después de unas largas vacaciones de dos años, pues regreso al mundo laboral. 

En verdad no fueron vacaciones. Fue un tránsito por el territorio más difícil y escabroso que existe. 

Un camino que uno hace a tientas, bordeando precipicios de soledad, evitando las mareas altas de la tristeza, espesa y asfixiante; sorteando el abismo, ese que dice Nietzsche que si uno mira, le devuelve a uno la mirada.

Es el duelo.
       
Ese que lo deja a uno así, sin gasolina.

Pero en fin, creo que, de alguna misteriosa manera, llegué a una playa de aguas serenas, exhausta pero entera, como sobreviviente de un naufragio.

Por eso, hoy cuando fui a la gasolinera a llenar el tanque, sentí que era el mío el que estaba en la E, no de Empty, sino de Echame, como decimos en mi tierra.

Y así, respiré hondo y mientras se llenaba el tanque de mi carro, sentí ese otro fluido invisible llenándome el mío de optimismo, de seguridad en mí misma, de confianza y sobre todo de gratitud. 

Esa es la gasolina de mayor octanaje.

En verdad estoy un poco aterrorizada de regresar al escalofriante mundo corporativo, pero sé que en muy corto tiempo estaré como pez en el agua.

Salí de la bomba de gasolina con mis dos tanques full.

Por ahora, al trabajo, con alegría...

           

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