Así termina una novela que
acabo de cerrar.
Nada para recordar realmente,
sólo el final: “Prepare Yourself”
Una suerte de epitafio, en
este caso particular, que me hizo
recordar una anécdota graciosa de mis hijos.
Una conversación que se repetía
cada mes de julio, finalizado el año escolar.
Mi hijo es apenas unos meses
mayor que mi hija, así que en el
colegio, iban uno tras otro.
Esta era la conversación, en
tono intimidante y aterrorizador, que duró desde pre-kínder hasta la
universidad.
-
Prepárate Nene, Kinder es “peluisimo”… ( de
peludo, difícil , dificilísimo)
-
Prepárate Nene, Preparatorio, si es verdad
que es “peluisimo”
Y así……cada año.
- Prepárate
Nene, sexto grado, te lo juro, si es verdad que es “peluisimo”
Hoy en día, ya superado el pre escolar, primaria, bachillerato y la universidad, ambos son unas superestrellas.
Pero volviendo al final de la novela mala, esa advertencia escalofriante del “Prepárate”, como la de mi hijo, me puso a pensar en cual sería mi final de novela, mi epitafio.
No es un ejercicio mórbido, lo juro, sólo licencia poética.
La vida de uno, tal vez no sea tan transcendente como la de un personaje de Tolstoi, o tan contrastante como la de un protagonista de Dostoievski, o tan glamorosa como uno extraído de la pluma de Scott Fitzgerald; o con la profundidad emocional de DH Lawrence ; o el esplendor mágico de García Márquez; o la clarividencia de Wilde, o la inmediatez narrativa, tan deliciosamente oriental, de Murakami.
Nuestra vidas, al menos la mía, son más o menos normales.
Con arrebatos de sensualidad, barrenas dolorosas, exaltaciones de alegría, fiebres creadoras y muuuuchos, como estos que escribo, momentos sin importancia.
Sin embargo, si escribiera el final de mi propia novela, un sueño que siempre he tenido, pero me falta disciplina, mis palabras finales, epitafio o no, en vez del Prepárate aterrorizante de mi hijo, como el “Prepare Yourself”, de la novela mala que acabo de terminar, me gustaría poder decir simplemente, con plena satisfacción:
“Valió la Pena”