Me voy en un barco.
Y a propósito de las
embarcaciones, me acordé de una conversación muy original que tuve con un muy querido
amigo.
-
Mi papa está en un crucero con mi hermano –
me dijo hace tiempo.
-
¿En el Caribe? - pregunté ingenuamente.
-
No, no… en el lugar ese lleno de cruces.
Mi amigo es un irreverente,
claro se refería al cementerio, un crucero (muchas cruces, por si acaso). No pude sino reírme, como hago cada vez que nos
vemos, no importa en qué circunstancia.
Espero no irme todavía a
ese crucero, sino a uno de verdad. Una experiencia geriátrica de lo más
agradable y merecida porque trabajé mucho este año.
Por eso, creo que esta es mi
última entrega del 2012 y por ello quiero dejarles un agradecimiento y mi reflexión de Navidad.
AGRADECIMIENTO
Gracias a mis incautos lectores. Espero haberlos honrado con mis sencillas reflexiones.
Como dice Cervantes en las
lecturas preliminares del Quijote, y que considero la mejor lección para un
aprendiz de escritor como yo; lo que más
quisiera, aunque es demasiado pedir, lo sé,
sería que:
“El melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no
se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni
el prudente deje de alabarla.”
Si logré una milésima parte
de todo eso, me doy por bien servida.
MENSAJE
DE NAVIDAD
Antes, la Navidad en mi casa
de Altamira era un festín de familia, una mesa de abundancia, en el sentido más
amplio de la palabra.
Desde hace algunos años, mi
Navidad cambió de paisaje, de volumen, de lugar.
Antes concurrida, ahora solitaria; antes bulliciosa
ahora tranquila; antes tropical, ahora helada y blanca. Antes en la casa grande
y habitada, ahora en la quietud de mi espíritu.
Pero es curioso, la
abundancia en la mesa, y en el corazón, es la misma.
Este año pasaré mi Navidad
con mi esposo, mi hijo Santiago, y el buen Sancho.
Será una fiesta resplandeciente.