Mi vida aérea se reduce a tomar el ascensor mañana y tarde.
Es un vuelo corto e
inversamente proporcional a mi ánimo.
Cuando esta cajita hermética
y llena de desconocidos, me despega del
piso en las mañanas, más bien me voy al subsuelo; y cuando me baja al final de la tarde, hora de
volver a casa, me elevo como un globo
colorido y alegre.
Pero es en mi ventana,
frente al rio, donde realmente comienza mi vuelo secreto y cotidiano.
Mi verdadera vida aérea.
Y desde allí me fugo junto a
las águilas doradas y majestuosas.
Me uno a la perfecta formación
de los gansos paracaidistas.
Hago el amarizaje forzoso de
los patitos de esmeralda, que creo que no fueron muy bien diseñados para volar.
Me dejo llevar por la elegancia de las extraviadas gaviotas. Creo
que no se han dado cuenta que, fue solamente hace más de cinco mil millones de años, que esto dejó de ser un mar.
Igual que los enormes pelícanos, aves marinas, también un poco confundidas
en estas latitudes. Fenomenales pescadores, que terminan su pesado y lento vuelo, con un súbito y abismal
clavado.
Los cuervos y las urracas, también criaturas de Dios, custodiando con conmovedor y fiero espíritu maternal
sus nidos, amenazados por los halcones.
El búho, cazador nocturno,
un zarpazo negro y fugaz en la
madrugada.
Y asi después de esta vagabunda
e ingrávida experiencia, como los torpes patitos, aterrizo aparatosamente en mi butaca y en mi realidad.
Tres cosas vuelan sin necesidad de alas: el tiempo... la vida...la imaginación...
PD:
La verdad disfruto mucho del paso de las aves frente a mi ventana; diferentes,
en cada época del año. Escribiendo este “momento
mágico”, recordé muy vivamente a Jesús, mi sobrino piloto, que prematura y tristemente, se fue a volar a otros cielos
hace apenas unos meses. Contemplando las aves, en su vuelo sereno y perfecto,
en comunión con Dios y la naturaleza, entiendo su pasión por volar. A él le dedico estas sencillas líneas. Que
Dios lo tenga en su Gloria.