Llegó la hora de sacar
los abrigos.
Me gusta el preludio del
invierno.
Ese tiempo de preparación,
cuando los párpados del día se van cerrando y nos anuncian un tiempo de paz, de
reflexión y recogimiento.
Esa sensación de refugio,
de ropa cálida y mullida.
Los tonos índigos,
violetas y lavanda del cielo de la tarde.
El silencio de las
primeras nieves.
La primavera dormida,
como diría Oscar Wilde.
Lo digo sin reservas: me
gusta el invierno.
Con todos estos pensamientos,
entre estornudos, nostalgias y melancolías,
me metí en el closet a sacar mis abrigos de invierno.
Pero, justo hoy, quiero
hacer un homenaje a mi abrigo favorito.
Es azul celeste y me
ha durado toda la vida.
No pasa de moda.
Es una segunda piel.
Me abriga, acompaña,
abraza, consuela, a diario, con o sin frío.
Está hecho de un tejido
tan fino y delicado, que de sólo sentirlo, me quita todas las penas, las ganas
de llorar, las angustias y tristezas.
Este abrigo es de un
material tan noble, que jamás se desgasta, ni se le abren huecos, ni le caen
polillas.
Tiene bolsillos, que
calientan mis manos y me dan ánimo para el trabajo y para la caricia.
Mi abrigo es ligero y
alegre.
Lo llevo puesto siempre,
no sólo en el invierno, sino todos los días de mi vida.
Ese abrigo es mi mamá.
In Memoriam, a los 7 años
de su partida, Carmencita (18/02/22 – 21/10/2009)
21 de Octubre de 2016