Caballero de Fina Estampa…un lucero…que sonriera bajo un sombrero….
Esta canción peruana, interpretado por Chabuca Granda y que llevo tarareando obsesivamente toda la semana, me trajo a la mente a mi “caballero de fina estampa” por excelencia. Hay otros varios en mi vida, cercanos o lejanos, queridos; mi hijo, mi adorado esposo, hermanos, cuñados, algunos de redonda estampa. (total, la felicidad dicen que es redonda).
Sin embargo esta canción me alborotó el recuerdo persistente de aquel caballero, el de “la extraña elegancia de Ñañez de Gamera”, el de impecable traje de casimir, chaleco vino tinto, perla en la corbata y pañuelo oloroso a Lavanda Yardley: mi papa.
Y es que, cuando estuve en Caracas en diciembre, mi cuñado me grabó en el ipod, el propio túnel del tiempo. Como dos mil canciones, la mayoría venezolanas, que son para mí como una inyección de alegría instantánea; también boleros, madrigales, rancheras para cortarse las venas, románticas para enamorarse, para emborracharse, o para bailar puliendo hebillas. En fin un cocktail de emociones, a veces difícil de digerir, pues todas estas intensidades me suceden en el carro, a las siete de la mañana, cuando todavía estoy en estado catatónico.
Me ha llevado toda la semana salir de la embriaguez de esta melodía, fina estampa…caballero…caballero de fina estampa… Quizás porque no quiero soltar la imagen, pues esa presencia enigmática, que sonríe bajo un sombrero, es un encuentro con su voz honda, su mirar de poeta, el gesto de sus manos, el énfasis de su fraseo, su olor incluso…
Y es que a mi papa, lo encuentro todos los días en las canciones. En el caminito que el tiempo ha borrado, en la noche de ronda, en un mundo raro, en las palabras de amor, sencillas y tiernas…
Cada vez que suena en mi carro, cualquiera de estas canciones viejas, recibo su abrazo incorpóreo, no importa si estoy como un zombie, poniendo la luz de cruce o mirando los colores del amanecer. Las intensidades de la vida, con su dulce y amargo, con sus barrancos y pasiones, me poseen y amueblan cada rincón de mi alma de emociones añejas. En el segundo que cambia la luz del semáforo, siento el abrazo. Ese sentir hondo de poeta que él tenía, que me remueve, lleva mis pasos hacia atrás y hace que me succione el tiempo. Entonces canto como si estuviera en una noche de guitarras. Cantamos.
Nadie lo dijo mejor que el poeta venezolano Eugenio Montejo en “Los Ausentes”
…aunque ya nada logre oír desde la ausencia,
sé que mi voz se hallará al lado de sus coros…
Todo el mundo probablemente guarde en su recuerdo, algún caballero de fina estampa. Mi momento mágico de este lunes, es compartir el mío.
Seguramente el recordarlo, les traiga un breve momento de emoción y nostalgia. Si están ausentes, canten muy fuerte y encuentren el abrazo.
...lo que fue vida en mí no cesará de celebrarse,
habitaré el más inocente de sus cantos
Eugenio Montejo
(1938-2008)