Todas las tardes tropiezo
con ellos.
Mi hijo los señala y yo casi
choco.
Son los bisontes.
Los buenos espíritus de las praderas.
Ahí están, rumiando la
inmensidad de su tedio, igual que yo, al salir de la oficina.
Y entonces me pregunto:
¿Qué cataclismo, sismo, choque
planetario, glaciación, explosión ígnea, cambio climático, tuvo lugar en mi
vida, para que aparecieran: bisontes?
Alguien, el que mueve los
hilos invisibles, cambió la escenografía
de mi psique, de mi cotidianidad.
A los morrocoyes, cachicamos
y perezas, me los cambiaron por caribúes, coyotes y osos.
Guacamayas, loros, azulejos y turpiales, por patos,
gansos, águilas y búhos.
Palmeras “borrachas de sol”,
por pinos plenos de auroras.
Donde había bucares, apamates
y araguaneyes, crecieron maples, sauces y
cerezos.
La jungla dio paso al bosque
boreal.
Donde había mar, pusieron río.
Donde había montaña,
horizonte.
Donde habitaba el ruido de multitudes, la fiesta perenne, la rumba.
Pusieron la comunión sagrada
del silencio.
Es mi nuevo paisaje.
Al anterior, lo lloro.
Con llanto dulce.
Al de ahora, lo abrazo.
Agradecida.
PD: Todas las tardes cuando
salgo de la oficina, junto al turquesa imposible del río Bow, veo a los bisontes del zoológico de
Calgary. Están, ahí tranquilamente,
viendo pasar la vida. De pronto pensé en lo surrealista de la situación y me salió
este, mi primer “magic momento” post Chispita. Hoy particularmente, tuve un día difícil en la oficina, así que
los bisontes fueron mi terapia. Gracias!!