Yo, por ejemplo, soy
pésima.
Creo que porque no
soy un dechado de cariño, ni doy regalos costosos, ni llamo consecuentemente
(más bien nunca llamo a nadie)
Pero estoy por ahí,
en el espacio familiar, observando sin ser vista.
Hoy quiero recordar a
mis tías. Mujeres que han amado.
Las que ya no están, vienen a mi memoria en forma de luciérnagas, mariposas y hadas.
Ellas acompañaron mi vida
con sus presencias serenas, y hoy, por alguna razón que desconozco, me rozaron con sus alas transparentes.
Margot, vivaz y risueña. Ojitos azules, inquietos.
Marucha, cómo la
golpeo la vida, y con qué dignidad y temple la sobrellevó.
Laura Soledad. Manos
de ángel, y la más bella sonrisa.
La heredaron mis
primos.
Mis tías playeras (siempre
las veía en la playa) Blanca, Olga, Cristina. Distinguidas y elegantes damas
caraqueñas. Derrocharon vida.
Otras a quienes llevo
en mis más queridos afectos, sin ser consanguíneas.
Las tres hadas.
Mimí, Olga, Carmen,
esta última era mi suegra, pero completa
el trio de las hadas buenas. Un trio de
bondad.
Las que todavía están
aquí, lúcidas y con sus
ramas cargadas.
Mi tía Ana. Ojos de humo, intensos. Una belleza que desafía el tiempo.
Y mi tía Isabelita,
la que escribe poemas para niños, a quien vi en Caracas en las nupcias de mi
hermano y me dijo el piropo más bello que me han dicho en toda mi vida.
“Hoy estas más
Carmencita que nunca”
(Carmencita mi mama)
Nunca lo olvidaré. Gracias.
Con este recuerdo de
hoy, siento la conmovedora sensación de que me tomé un cafecito con todas ellas.
Y qué casualidad, una
mariposita acaba de cruzarse en mi cielo.