viernes, 14 de octubre de 2016

CHA CHA CHA



One, two, three, cha cha cha…

Un, deux, trois, cha cha cha…

Eins, zwei, drei, cha cha cha…

Uno, due, tre, cha cha cha…

Un, dos, tres, cha cha cha…

El crucero fue una experiencia ruidosa,  estruendosa, ajetreada, agotadora, que casi me hace terminar en ese otro crucero, como diría un buen amigo: el lugar ese lleno de cruces.

Pero los atardeceres de ensueño, el entusiasmo de cada nuevo puerto, los paisajes llenos de historia, nuestros compañeros de mesa, y Shirley, la profesora de baile, sacaron de mi mente la extravagante idea de tirarme por la borda.

A esta última experiencia, el baile, voy a dedicar estas líneas.

Todas las mañanas, en cubierta,  Shirley, daba clase de baile en cinco idiomas  (toda una hazaña en si misma), a un grupo de personas de buena voluntad con tres pies izquierdos y una tapia en el oído.

Entre ellas yo.

Tengo oído musical y  como buena venezolana, bailo, estilo libre, pero cuando me obligan a  contar y coordinar, soy peor que cualquiera de los alemanes, japoneses, o italianos, que bailan la cumbia a ritmo de tarantela.

Pero ahí estaba, todas las mañanas, en cubierta, con mi cuerpo acuoso y mareado, en conjunción con ese otro fluido inmenso, el mar,  en mis clases de paso doble, salsa, merengue, bachata, cumbia, cha cha cha y claro, tambien… tarantela.

Un, dos, tres, vuelta, giro, brazo - dice Shirley - y yo vuelta un ocho.

Hasta que como siempre, cuando ya no puedo contar y se me enredan los pies,  decido olvidarme del  eins, zwei, drei, y como hago casi siempre, bailo como me da la gana.

Con mi pareja imaginaria (mi esposo me observa desde cubierta,  con su británica circunspección y  con su cigarrillo en la mano; siempre digo que si él supiera bailar, fuera perfecto)

En fin, cuando realmente siento la música, me olvido de Shirley y me conecto con  la ingrávida ligereza del paso doble; la caribeña cadencia de la salsa; la intimidad de caderas del merengue; el abrazo cercano de la bachata; la melodía pre colombina de la cumbia; y bueno esa cosa alegre que llaman tarantela.

Bailar es la dimension más profunda de entender  y sentir la música.  


Siempre he pensado que en  la antesala del cielo hay una gran pista de baile, donde al ritmo de la Billo (*), un día, espero que todavía lejano, me embarcaré en el crucero de mi amigo: el lugar ese lleno de cruces, y de ahí a la eternidad…pero bailando…
 

(*) La Billo’s Caracas Boys  es un orquesta musical, fundada por maestro Billo Frómeta,  en 1940. Hoy en día, todavía para mí: alegría instantánea.

8 comentarios:

  1. Como siempre he disfrutado de tus episodios, tu manera de interpretar la vida y contárnosla es genial. Si no se lo dices a nadie te contaré que no se bailar pero me gusta cuando los demás lo hacen, mi marido bailaba con todas mis cuñadas mientras yo charlaba con mis cuñados. Un abrazo

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    1. Gracias mi muy apreciada Ester. Te guardare el secreto jaja, tambien es muy entretenido ver a los demas bailando! Un gran abrazo y gracias por tu siempre grata presencia en mis lineas!

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  2. He sido un palo toda mi vida, hasta que me propuse bailar al aproximarse la jubilación, para satisdfacer a mi esposa. Es nuestra gimnasia, y el cha-cha nuestro preferido.

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    1. Nunca es tarde cuando la dicha es buena!! Gracias por tu comentario.
      Un gran abrazo para ti y tu esposa bailarina!

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  3. En un crucero no pueden faltar las clases de baile, hay que mover el esquelete y llenarlo de ritmo y todavía mejor porque hacemos una buena tabla de gimnasia....

    Un cálido saludo

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    1. Totalmente de acuerdo jaja!
      Un abrazote y gracias por tu visita y comentario!!

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