sábado, 15 de septiembre de 2018

HOJA DE TIEMPO ( Del baúl de los recuerdos...)



Como todos los lunes, me dispuse  a llenar mi Hoja de Tiempo. 

Para quienes no manejen el lenguaje empresarial, la Hoja de Tiempo es una planilla donde uno debe anotar las horas laboradas durante la semana, asociadas al código de una actividad determinada. 

Esto que suena tan aburrido, se hace para llevar el control de tiempo de los empleados. La Hoja de Tiempo debe ser lo más productiva posible y por consecuencia, lo más facturable posible. Lo peor que puede existir es cargar horas al código “disponible”, o “ a la espera de trabajo”. Significa sencillamente que uno no está haciendo nada y a la larga resulta una carga para la empresa. 

En fin, luego de estas tediosas explicaciones, que pueden servir para entender mejor lo que me ocurrió este lunes, saqué de mi archivo el formato cuadriculado de la rutinaria Hoja de Tiempo. Procedí a sacar mi  agenda para corroborar en qué actividades había invertido mi tiempo. Parece mentira, que uno no se acuerde de lo que estuvo haciendo apenas hace una semana, pero siempre me ocurría lo mismo, tenía que apoyarme en la agenda para recordar mis actividades.

          Escribí mi nombre en la casilla correspondiente, código de empleado, fecha, período, y aquí, justo en este momento fue cuando se complicó esta historia. 

El período se refiere a la semana anterior, de lunes a domingo, pero esta vez el período estaba pre-establecido y la fecha que tenía me llenó de sorpresa primero; después sería terror. El período era exactamente desde el día de mi nacimiento, hasta el domingo pasado. 

Intenté borrar la fecha, obviamente se trataba de un error, una broma, tal vez una jugarreta de Recursos Humanos. Pero la fecha no se podía borrar. Intenté con el typex, y también fue inútil. Un escalofrío me recorrió. 

Tenía ante mis ojos  la Hoja de Tiempo de toda mi vida y lo peor es que me sentí en la obligación de llenarla. Tenía que colocar en una hoja cuadriculada, en qué actividades había invertido mis horas, mis días, mis años, mi tiempo, mi existencia. 

Respiré hondo y me puse a recordar. En este momento se hizo el terror. Si me costaba recordar mis actividades de  la semana pasada, la tarea de recrear toda una vida era prácticamente imposible. Comencé con los acontecimientos generales de los primeros años: muchas horas de jugar, cantidades de horas de estudio, hitos importantes como cumpleaños, primera comunión; más adelante matrimonio, maternidad, graduaciones; después separaciones, ausencias, presencias, pérdidas, adioses.  Me llegaron, como a todo el mundo, las horas de soledad, importantes e intensas siempre que no lleven a la desolación. Inexorablemente llegaron también las horas tristes, lágrimas, dolores, que se tradujeron más tarde en muchas horas de aprendizaje. Disfruté enormemente recordando y anotando las horas más divinas: horas de amor, de placer, de locuras y de ternuras.

          Me fui entusiasmando verdaderamente con lo que estaba haciendo, los recuerdos fluían de una manera sorprendente y maravillosa. Las horas divertidas, de risas, de canciones, de poemas, llenaron muchos espacios. Me desbordé y me sorprendí de que cupieran tantas cosas en una Hoja de Tiempo, parecía que las columnas se hubiesen multiplicado.

          Fue entonces cuando llegué a un punto muerto. Quedaban muchas columnas vacías, era precisamente el tiempo que pasó sin darme cuenta. Muchísimas horas, días, meses incluso, se me habían escapado en blanco, inertes. Horas suspendidas, que no sabía a qué código asociarlas, como cuando uno angustiosamente carga a la actividad más temible: “a la espera de trabajo”, en la hoja convencional de la empresa.

          Se me ocurrió inventar un código de ocio, pero las horas de ocio consciente y cultivado eran limitadas. Había un tiempo perdido, irremediablemente. No había descripción ni código alguno donde cargarlas, porque sencillamente no las recordaba.

          ¿Dónde estaba yo en esas horas vacías y asfixiantes? ¿Qué estaba haciendo, en qué pensaba? ¿Por qué las dejé escapar sin ni siquiera haberme percatado?

Otra vez el pánico se fue adueñando de mí. Por primera vez tuve conciencia de que había dejado ir muchísimas horas de esas que en la empresa llamarían “improductivas”, pero son diferentes las horas improductivas para una empresa, a las perdidas en una vida; éstas son irrecuperables. No había trampa posible para rescatarlas, ni que viviera horas extras,  en la vida no cabe el término de sobretiempo. Sencillamente, las horas perdidas descapitalizan una existencia y no hay forma de balancearlas.

          Intenté sobreponerme al impacto que significaba tener ante mis ojos una vida con huecos. Como soy de mente racional, busqué explicaciones para consolarme a mí misma. Si aplicaba una de ponderación, de pronto, los momentos intensos compensarían esas lagunas. Si hacía una distribución gaussiana, era lógico pensar que en toda una vida se produjesen picos y bajos. Pero ninguna explicación, en realidad, me reconfortaba. El hecho era que había tirado a la basura horas preciosas que ya jamás volverían.

          Busqué analogías con la empresa. Cuando estas cosas pasan en la compañía, se toman  “acciones correctivas”. En este caso, estas acciones tendrían que aplicarse en el tiempo que me restaba por vivir.

          Solo había una manera de que mis horas futuras fueran plenas: viviéndolas a conciencia y no permitiendo dejar escapar ni tan solo una de esas que la empresa llamaría no facturables. El tiempo que a uno le es concedido en este planeta tiene que ser ciento por ciento reembolsable, pero no en dinero, más bien en satisfacciones, en conocimiento, en amor...

Como no está permitido dejar espacios en blanco en una Hoja de Tiempo, va en contra de todo procedimiento normalizado, tomé este tiempo vacío y las cargué, con gran pesar, a un enorme signo de interrogación.  Volví sobre las horas plenas, las que trascendieron, las que quedaron plasmadas nítidamente en la hoja cuadriculada, las que aún permanecen. Me sentí satisfecha de ellas. 

Firmé mi tiempo con la intención de proceder de inmediato a las “acciones correctivas”, la más importante de todas: VIVIR, porque, como diría mi padre: ...es más tarde de lo que imaginas

PD: Este cuento lo escribí  en Caracas,  los años 90 ( probablemente 1996 o 97, y se nota) son parte de mi colección de Cuentos de Oficina, que mi hermana Ileana tuvo la gentileza de recopilar en un volumen y en una noche fría como hoy, por alguna razón re-visite (buscando un escrito de mi hija y su falda de Flamenco, que no encuentro, pero este es otro tema). Como estoy escasa de "Momentos Mágicos" , pues voy a reproducir mis Cuentos de Oficina, aquí en mi blog, o espacio de jugar, es como un viaje a través del tiempo. 

4 comentarios:

  1. Bonito cuenta que me hizo reflexionar sobre "mi hoja del tiempo" ya que también quedó olvidada en alguna mesa o armario de la oficina, sin darme cuenta hace muchos años.
    Un abrazo.

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    1. Hola Rafael, me alegro que mis lineas te hayan hecho rescatar tu "hoja de tiempo".
      Un abrazo grande

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  2. Gracias por esos recuerdos . Este era uno de mis favoritos. Una abrazo

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    1. Gracias querido amigo Hector, que tiempos aquellos... Escribir mantenía mi cordura jaja
      Un abrazote

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