Sucedió por
casualidad, de otra manera, jamás me hubiese visto envuelta en semejante
situación. Apenas eran las nueve de la mañana y ya me había sucedido un
sinnúmero de contratiempos, desde un caucho espichado hasta un derrame de café
sobre mi camisa. Faltaba una eterna semana para fin de mes y las cuentas
pendientes bullían en mi mente: dos meses de condominio, el giro del seguro,
tarjetas, teléfono. Para más señas, había tropezado con un carro en la cauchera
y además de un raspón espectacular en la pierna, la falda recién estrenada se me había roto. De paso estaba lloviendo. En fin, un día en que no he debido
salir de mi casa, pero allí estaba yo, heroica, de nuevo en la oficina.
Salía del baño después de restregar mi camisa
blanca para hacer desaparecer la mancha de café y pasé junto a la sala de
conferencias. Había un movimiento extraño a esta hora de la mañana, un
despliegue de cámaras y de luces. Me asomé y vi a todos los directores de la
empresa luciendo sus mejores galas. Pregunté a una de las secretarias qué
estaba ocurriendo y me contestó que iban a tomar las fotos para el tríptico de
la empresa. El tríptico es una especie
de folleto de alta calidad que se utiliza como elemento de mercadeo, es decir,
para vender la tan cuidada y acariciada “imagen corporativa”. En el tríptico se
destacan todas las bondades de la empresa como: “CALIDAD, EFICIENCIA,
TECNOLOGÍA” y además viene ilustrado con las fotografías de los jefes, los
cuales tienen que lucir como la franca imagen del éxito.
Sentí
curiosidad y me acerqué a la puerta. La escenografía estaba muy bien cuidada.
Había un rotafolio con un gráfico
ascendente de vivos colores. Sobre la mesa, instrumentos de trabajo: carpetas,
bolígrafos de marca; en fin, era una reproducción exacta de una reunión de
trabajo de la alta gerencia. Los directores ocuparon sus lugares, el presidente
de la empresa estaba parado, señalando un punto en el gráfico. Los fotógrafos
daban instrucciones y captaban con sus flashes las magníficas sonrisas de los
altos ejecutivos que se habían puesto hoy sus corbatas más llamativas.
Olvidé
la mancha de café, la cuenta de condominio y la falda rota; me estaba
divirtiendo, los directores trataban de mostrar su mejor perfil. Una empresa
joven de personas exitosas, hasta me estaba sintiendo orgullosa, a fin de
cuentas yo era parte de esa imagen que ellos pretendían mostrar.
Estaba
a punto de retirarme cuando uno de los fotógrafos me tomó del brazo y sin que
me diera tiempo a reaccionar me sentó en la mesa de conferencias.
-
Tome la pluma como si estuviera
tomando notas – me dijo – no baje tanto la cabeza, la espalda erguida... –
continuó.
En
fracciones de segundos yo era un extra de la escena del éxito. Los flashes
comenzaron a cegarme.
-
Ahora párese y haga como si
estuviese señalando algo en el gráfico.
Lo hice
disimuladamente para que nadie notara el hueco en la falda. Si me hubiesen dicho que
saldría en las fotos del tríptico, hubiese hecho mi mejor esfuerzo por verme
altamente ejecutiva. Pero no, era uno de esos días en que no me sentía ni
ejecutiva, ni triunfadora, ni nada por el estilo.
-
Sonría...Muy bien. – dijo el fotógrafo.
Allí
estaba yo, con sonrisa congelada, señalando un punto imaginario en la cúspide
de la curva ascendente. Los directores me miraban y asentían complacidos
mientras se disparaban los obturadores de las cámaras.
De
pronto, los flashes comenzaron a marearme. Me sentí como si yo no perteneciera
a esa escena. El éxito comenzó a abrumarme. Gráficos, sonrisas, trajes
impecables y corbatas de seda, actitudes aplomadas, hombres seguros de sí
mismos, convencidos de lo que hacen y de lo que quieren, y yo, pensando en mis
cuentas pendientes, tratando de disimular la mancha de café que aún no se
secaba y cruzando la pierna para que no me viesen la falda desvanecida.
Di una
excusa para salir, pero el fotógrafo me detuvo.
-
Usted no puede irse ahora, falta la
foto más importante, la que va a ir en la portada y es necesaria la imagen
femenina.
-
¿Femenina? – me dije yo mientras miraba
mis manos aún con la grasa del caucho.
-
Ahora sonrían todos – dijo el
fotógrafo.
Le
obedecí. A mi lado, los directores hicieron lo mismo. La luz del flash o tal
vez la aureola del triunfo, me encandiló.
Allí
quedó, para el tríptico y para la posteridad, la fotografía del éxito, la que
seduciría a cientos de clientes, la que circularía por las empresas petroleras
más importantes del país. La imagen del brillo empresarial, de la calidad, la
eficiencia y la alta tecnología. Allí estaba yo, con mi mejor sonrisa de
utilería. Radiante, tan exitosa como quienes me rodeaban. Rogué a Dios que en
la foto no se notara la mancha de café, ni mis manos con grasa de carro, ni la falda rota.
PD: Otro cuento que escribí hace más de dos décadas, de mi colección de cuentos de oficina. Una época de mi vida en que pasaba más trabajo que "un ratón en un saco de clavos", como diría mi papa.
PD: Otro cuento que escribí hace más de dos décadas, de mi colección de cuentos de oficina. Una época de mi vida en que pasaba más trabajo que "un ratón en un saco de clavos", como diría mi papa.
Historias para contar, suceden y las guardamos. Seguro que las fotos quedaron genial y solo tu sabias lo de la mancha. Me gusta leerte, siempre amena. Un abrazo
ResponderBorrarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
BorrarGracias Ester, por leerme y por tomarte el tiempo de escribir tu comentario, siempre muy apreciado.
BorrarAbrazote!
Pues es un relato bonito y un reflejo de un día de trabajo con algo muy especial.
ResponderBorrarUn abrazo.
Gracias Rafael, recuerdos de épocas pasadas jaja
BorrarUn abrazo grande