El minotauro se
comió mis anteojos.
No aquel del
laberinto de Knosos en Creta, sino Mango, el cachorro Golden Retriever de mi
hija.
Estuve varios
días viendo borroso, esperando la cita con mi oftalmólogo.
Al principio me
sentí bastante incómoda, con dificultad para leer y otras actividades
cotidianas.
Mis ojos se
esforzaban, sin éxito, en buscar las líneas nítidas, esas que envuelven el
mundo, que separan los objetos, que delimitan la individualidad de las cosas,
letras y personas.
Pero, a medida
que pasaban los días, poco a poco, me fui acostumbrando a ese otro mundo de contornos
turbios, difusos, que le daban una atmósfera por demás interesante a todo lo
que me rodeaba.
Un aire
impresionista.
Durante esos días, fue como si los objetos a mi alrededor quisieran salirse de sus entornos, derramarse, expandirse, expresar su intimidad más allá de sus espacios restringidos.
Un lenguaje visual para mí desconocido.
Un territorio
invisible pero fértil, esparciéndose entre las formas, que creaba a mi
alrededor una atmósfera etérea, y hasta más espiritual.
Esto de andar
por la vida como Mister Magoo (para el que lo recuerde) como que lo pone a uno
en ánimo de poeta o de loco.
Ya me cambiaron
los anteojos por unos incluso mejores, pues me revisaron la fórmula.
Al final debo
darle las gracias al minotauro, perdón, a Mango, por obligarme a renovar mi
examen de la vista.
Con mis modernos
y potentes lentes, veo un mundo de alta definición en sus contornos, pero
también percibo más soledad entre los espacios que rodean a las personas y las
cosas.
Después de esta
experiencia visual, o existencial si quieren, a veces dudo si ahora veo mejor,
o estoy más ciega.
Hola Natalia Leonor ^^
ResponderBorrarYo también uso de "asistencia visual" jaja Y sin mis gafas estoy perdido. Odio y amo a ese aparatejo a partes iguales.
Un abrazote amiga.
Jaja gracias mi querido Jorge Roland y otro abrazote gigante para ti.
Borrar