En mi país, si uno dice “ese se cree la tapa
del frasco”, significa que esa persona es arrogante.
Si uno dice “ese sí que es
la tapa del frasco”, pues se trata de un individuo muy competente y
excepcional.
Y esto no tendría nada de particular si no
fuera porque todas las mañanas, tengo una pequeña pelea con la tapa del frasco.
No es una persona, es literalmente, la tapa de
un frasco.
El frasco donde guardo el café.
Hay días en que se enrosca y desenrosca
fluidamente y de maravilla. Otras, me cuesta, se traba, como si no perteneciera,
como que me cambiaron la tapa o el frasco.
Es un pequeño contratiempo en mis mañanas
solitarias.
Entonces comencé a divagar que la tapa del frasco era una
especie de oráculo.
SI la tapa se tranca, mi día se tranca.
Si la tapa fluye, mi día fluye.
Pero claro, el argumento de la tapa del frasco
es bastante tonto, y mi mente científica sabe que ni me cambiaron el frasco ni
la tapa, y que, si calza o no, no se trata de las fuerzas ocultas del universo.
Es algo
más profundo.
Y es que hacerme el café de la mañana es una más
de esas que llamo, “mis pequeñas soledades”. Durante las últimas casi dos décadas
antes de su último vuelo, mi esposo amado me recibía cada mañana con un café.
Era “his job”, como el mismo decía. Una de las mil cosas con las que me complacía.
Fue entonces cuando comprendí que ese
traqueteo, esa pelea con la tapa del frasco del café, era quizás un sollozo
oculto, una de esas “mini ausencias” del día a día, que a veces pesan más que el
inmenso hueco de su partida.
Entonces decidí hacer un breve ritual matinal,
antes de abrir el frasco del café.
Miro el sol naciente, lo saludo, respiro,
agradezco.
Agradecer embellece el espíritu.
Me dejo invadir por la paz que se mete por mi
ventana en forma de amaneceres y de su presencia mística.
En mi mente repito una especie de mantra que leí
en alguna parte: “Que la luz que ilumina mi corazón sea la luz con que ilumine
al mundo.”
Abro el gabinete y recibo su amor.
Y en este estado de relajación, desenrosco y
enrosco la tapa del frasco, que ahora fluye como si estuviera recién aceitada.
Después, inhalo largamente el aroma de mi
primer café: negro, intenso y dulce, como la vida.
Esa que aprendí que, con sus pequeñas soledades,
con sus atascos, y trabas, sencillamente, sigue…
Cada uno tenemos nuestro frasco, nuestra tapa porque las ausencias se van llenando de ilusiones de fe, vemos en ellas algo que nos ayuda a seguir. Huele el café hasta aquí. Un abrazo
ResponderBorrarHola Ester, siempre encuentro sabiduría y cariño en tus comentarios, gracias.
BorrarUn abrazo y este, mi primer café, a tu salud.
El mío es el tapón de la botella del agua.
ResponderBorrarUn abrazo.
Jaja, ya sabes Rafael, respira hondo y saluda al sol antes de sacar ese tapón.
BorrarUn abrazo grande.
Increíble reflexión, no sabía que algo así podría tener tantos significados! Sin duda aquí tienes una nueva seguidora, un abrazo!
ResponderBorrarGracias por tu comentario Melissa, y bienvenida. Un honor para mi tener una nueva seguidora.
BorrarUn abrazo grande.
Muy mágico Natalia, siempre dejas un aprendizaje, respira hondo y deja entrar el sol; sabias palabras...un Abrazo!
ResponderBorrarMuchas gracias, gracias por leerme!
BorrarConmovedoras tus líneas, uno te ve clarita en la mañana. Hace un par de años mi rutina en la mañana es muy parecida a la tuya, pero sólo en tus palabras encuentro la expresión de estos pequeños rituales: “Agradecer embellece el espíritu”. Me lo llevo como un mantra especial. Besitos!
ResponderBorrarGracias Taty, siempre bello todo lo que escribes, hasta tus comentarios.
BorrarUn abrazote.
¡Hola Natalia!
ResponderBorrarMe ha gustado tu reflexión a partir de la tapa de un frasco. Sigue escribiendo porfis ^^
Un abrazote.
Hola Roland, con ese porfis asi tan cuchi, escribire jajajaja
BorrarUn abrazote