“Be still. Stillness reveals the secrets of eternity”
Lao Tzu
Este lunes amanecí energizada. Cosa rarísima.
Como hago muchas veces en mi lugar de meditación,
la cual consigo siempre y cuando no mencione, ni me acuerde de la palabra meditación, pues esta vez lancé varias
piedritas, no al río, sino al Universo.
Culminé los primeros borradores de dos
proyectos literarios, uno alegre y uno triste, y tomé iniciativas al respecto; mandé
una invitación profesional, me llegaron contactos importantes, decidí pulir mi currículo.
Sentí como si liberara a varias aves cautivas
de su jaula.
Los barrotes de esa jaula son los que yo me
impongo, inseguridades, baja autoestima, falta de energía, sensación de
incompetencia. Como dicen en inglés… you name it…
Y todo eso está muy bien si no viniera acompañado de otro problema.
La impaciencia.
Con la misma energía ígnea que me posee en los
comienzos de cualquier proyecto, quiero que las respuestas, las noticias, las
acciones, vengan de manera inmediata, es decir, ya.
Toda esa rara efervescencia de ayer, ese
entusiasmo…
Y hoy, la calma chicha.
Ni una respuesta, ni un comentario, ni un email,
ni llamada.
Nada.
Reviso los correos cada cinco minutos y nada.
Me pregunto arrogantemente: ¿Qué le pasa al
mundo que no reacciona cuando yo por fin decido moverme? Ese mismo mundo que tuvo la osadía
de continuar su ritmo vertiginoso, cuando yo estaba en un hoyo profundo.
Y acabo de hacer una pausa para revisar los
correos. Nada.
Por pura casualidad, buscando otra cosa, me conseguí
con un cuaderno, cuya portada dice: “Dicen que la paciencia es una virtud.
Hubiese querido que alguien me lo hubiera dicho antes.”
Y claro, recuerdo que lo compré porque me identifiqué
mucho con esa frase. Impaciente, precipitada y estrellada, como buena Aries.
Pero todo ese yoga que hago, mirando el reloj
para ver cuanto falta para la Shabasana y que se termine la clase,
finalmente me hicieron detenerme un momento.
Así que decidí quedarme quieta. Muy quieta. Y
esperar. El tiempo que fuera necesario.
También una frase de Lao Tzu me inspiró.
“Permanece muy quieta. La quietud revela los secretos
de la eternidad.”
Y así, me serví mi copa de vino, miré los violetas sublimes del atardecer invernal y me entregué a la quietud.
A veces hay que hacer una pausa para que la magia
se manifieste.
La pausa resultó muy corta.
Sonó un Tin Tin.
Un mensaje.
Confucio tenía razón, la paciencia infinita produce
resultados inmediatos.
Gracias al yoga, prometo que me quitaré el reloj de ahora en adelante, y gracias también a Lao Tzu.
Paciencia es esperar sin enfadarse, sin agobiarse, y todo fluye, hay que esperar que lo bueno camina lento. Abrazos de colores
ResponderBorrarLo has dicho muy bien Ester, lo bueno camina lento y como dice una propaganda de salsa de tomate creo, lo bueno se hace esperar.
BorrarOtro abrazo colorido para ti querida amiga.
Suele sucedernos a todos algo parecido, así que tranquilidad. La vida sigue y a veces somos nosotros los que avanzamos muy deprisa.
ResponderBorrarUn abrazo y feliz día.
Así es, tranquilidad. Lo intento...
BorrarUn abrazo grande!