Hace poco
asistí a una ceremonia de premiación.
Eso me hizo,
parafraseando a nuestro poeta Andrés Eloy Blanco, “volver los ojos a
mi propia historia.”
“¿Y a mí de qué
me habrán premiado en la vida?, pensé.
Creo que mi más
preciado logro académico fue cuando la madre superiora citó a mi mamá, después
de estar un mes en prekínder, para decirle que me habían promovido directo a
kínder porque yo “era muy lista”. Mi madre me lo contaba orgullosa.
Continúe en mi
búsqueda de premios y la verdad, no me acuerdo de ninguno.
Siempre fui
buena estudiante, pero nunca el “Top 3” quienes se llevaban los galardones.
En el deporte
era buena en “kicking ball”, pero el mérito era del equipo.
En el canto, si
me destaqué un poco y era la solista oficial del colegio.
Cuando me
gradué de ingeniero, recibí mi medalla dorada con cinta azul. Esa sí debo decir
que me costó sangre, sudor y lágrimas. Quizá un premio de consolación por estudiar
algo que nunca me gustó, pero que debo admitir que me abrió muchos caminos.
Pero a
propósito de la ceremonia de premiación a la cual asistí en el colegio de mis
nietos, se trataba de los “Virtue Victory Awards”, premios que les son
dados a los niños entre primero y sexto grado, por destacarse en esas virtudes,
a veces olvidadas, como la humildad, la compasión, la caridad.
Con lágrimas de
emoción en los ojos, vi como llamaban al estrado, a mis nietos, de primero y
tercer grado. La maestra pronunció estas palabras mientras les entregaba sus
diplomas:
“Son ustedes
ejemplos brillantes de compasión, caridad y amistad.”
Yo pensé para
mis adentros, “no se puede decir algo más bello para describir a una persona.”
Salí del
auditorio feliz, olvidando mi vida escasa de trofeos y me dije:
“Que afortunada
soy.”
Volví otra vez
los ojos a mi propia historia, complacida.
Con momentos
como este y si los amores son premios, me considero en esta vida, condecorada.
Pues feliz entonces, no lo dudes.
ResponderBorrarUn abrazo.