lunes, 7 de abril de 2025

EL LABERINTO

 



 

El concierto concluyó y mi amigo me dijo:

-      Acompáñame a buscar mi chaqueta.

Yo lo seguí y de pronto él abrió una puerta que conducía a un salón llamado “El Laberinto”.

-      Ya vengo – dijo. Y se perdió.

Al traspasar el umbral, yo quedé asombrada.

Parecía un gran salón de baile, con un piano de cola en un rincón y un órgano en otro.

Pero lo más fascinante era que en el piso de madera se dibujaba un inmenso laberinto.

Por supuesto mi mente voló al mito del Minotauro y al palacio de Knossos en Creta, el cual tuve la suerte de conocer.

Yo comencé a caminar el laberinto, dando vueltas aquí y allá, hasta llegar a una calle ciega. Entonces me devolvía y buscaba otra ruta, para otra vez llegar a un rincón sin salida.

Seguí insistiendo.

De pronto, entre recovecos y obstáculos, llegué al corazón del laberinto.

Sentí que encontraba mi centro.

Miré arriba, hacia la cúpula del techo con una cierta sensación de triunfo, hasta que me fijé que mi amigo, chaqueta puesta y brazos cruzados, me miraba con una sonrisa entre divertida e impaciente.

-      ¿Nos vamos? -  dijo.

-      Si claro, vámonos - respondí.

Salimos juntos y abrazados, comentando la maravilla del concierto que acababa de terminar.

Del laberinto me llevo una máxima que, por sencilla, no deja de ser poderosa.

“Si el camino se tranca, pues te devuelves y buscas uno mejor.”

Un recordatorio de que son los desafíos los que nos hacen avanzar en la búsqueda de nuestra verdadera senda.

Mi amigo y yo continuamos la nuestra, tarareando las gloriosas notas de Bach, Haendel y Scarlatti.

2 comentarios:

  1. Bonita reflexión la extraída de ese "laberinto"
    Un abrazo

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  2. Hola Natalia.
    Así es la vida, aprendiendo de los caminos sin salida y eso... no cambia.
    Un abrazote enorme.

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