Frente a mí,
tres pantallas de televisión.
Mudas, pero con
subtítulos.
En la primera,
el noticiero; en la segunda un chef cocinando platos decadentes; en la tercera
un programa de consejos para adelgazar.
Yo allí,
público cautivo, en la más superflua pero relajante actividad, haciéndome una manicure.
Mis ojos, cual
péndulo, oscilaban entre las guerras, una langosta termidor, y el vaso de jugo
de limón que hay que tomarse en las mañanas para adelgazar (lo cual solo sería
posible si la mata de limón queda a diez kilómetros de tu casa, en mi opinión).
Y así, ad
infinitum.
Pantalla 1,
deslizamientos catastróficos en Nueva Guinea, miles de fallecidos.
Pantalla 2,
lomito Wellington.
Pantalla 3,
beneficios del ayuno impertinente, perdón, intermitente.
La muchacha
terminó de hacerme las manos, pagué y salí del establecimiento, con mi cabeza
todavía oscilante, como hipnotizada por un espiritista.
¿Cómo se puede conciliar
la tragedia, lo epicúreo y la desinformación al mismo tiempo? ¿Cómo digerir ese
menú cotidiano de dolor, deleite y escepticismo mientras me pintan las uñas?
Me sentí fatal.
El bombardeo informativo
y/o desinformativo sumado a mi propia banalidad, hizo que quedara como en
estado catatónico, ausente del mundo y sus penurias. Insensible.
Recordé un diálogo que en su momento me
pareció gracioso y esta vez me golpeó como tragicómico.
- ¿Qué es peor,
la ignorancia o la indiferencia?
- No sé ni me
importa.
Desperté de ese trance con una certeza, no hay nada más
pernicioso que la indiferencia.
Salí a la
calle, a confundirme con la gente, con sus sueños, sus amores, sus tristezas, e
intentar poner en este vibrante caos llamado vida, mi granito de arena.
Un gesto
amable, o una sonrisa pueden ser un buen comienzo.
Hola Amiga Natalia.
ResponderBorrarMis pensamientos, últimamente giran entorno a esas cuestiones y a lo mal que veo que vamos. Cada vez exige más esfuerzo enderezar las cosas. Pero no quiero ser negativo, todo se andará.
Un abrazo grande.
Asi es amigo, a veces uno se asusta.
BorrarAbrazote grande para ti