A veces siento
el roce de sus alas transparentes en mi piel.
Hace poco, una
de ellas, me murmuró al oído palabras dulces: “Hoy estas más Carmencita que
nunca.” Carmencita es mi mamá.
Me visitan con
cierta frecuencia.
Algunas me inspiran a cocinar un Chupe caraqueño de esos de antología, nunca como el de la entrañable Tía Olga. Otra se toma conmigo un Ponche Crema en diciembre. A las bisabuelas, las veo en algunos gestos de mis nietos.
Sí, son mis
viejitas, mis hadas. Esas que dejaron sus crisálidas y se convirtieron en
mariposas de luz y andan por ahí, jugando.
Hace unos días,
dos de ellas, en alas doradas, volaron a otros dominios. Camila, la mejor amiga
de mi mamá, las dos mujeres más bellas de Los Teques. Ya estarán echándose
cuentos. Camila tenía 102 años.
Gitta, mi
suegra alemana, indestructible, como ella misma se definía con ironía, falleció
a los casi 97 años.
Y por más que
me entristece su partida, de alguna manera ahora las siento más felices y
cercanas.
Finalmente,
soltaron este caparazón de ancianidad que ya les resultaba pesado y volaron
felices sobre un campo verde e infinito, como niñas. Con razón dicen que la
vejez es una máscara, que al caer revela el rostro infantil del alma.
Bienvenidas
esas dos nuevas hadas a mi vida cotidiana.
Una sonrisa por esas "Hadas..."
ResponderBorrarUn abrazo.
Gracias Rafael, vienen a alegrarnos!
BorrarUn abrazote!
Triste y entrañable a la vez. Ya queda menos para que seamos ese tipo de hada.
ResponderBorrarUn abrazo de tu amigo.
GRacias querido amigo!
BorrarAbrazote!