jueves, 7 de noviembre de 2024

TALLER DE LATONERÍA

 



 

¡Craaaash!

Tenía tiempo que no escuchaba el sonido del latón crujiendo.

Sucedió retrocediendo de mi garaje, en piloto automático, cuando sin darme cuenta me estrellé contra la puerta del carro de mi amiga, estacionado frente a mi casa.

Apartando la vergüenza, el seguro resolvió el problema sin dilaciones y se encargaron de ambos carros.

Días después del incidente, busqué mi carro al taller; lucía perfecto y reluciente, espero que el de mi amiga también.

El caso es que cuando venía de regreso a casa, con ese hábito a veces inútil de establecer analogías con la vida real, pensé:

-      Ojalá fuese tan fácil resolver en la vida esos otros golpes, los de adentro.

Esos a los que se refería César Vallejo en sus “Heraldos Negros”:

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!

Así como todos tenemos nuestras abolladuras y rayones internos, también creo que el único taller de latonería y pintura que puede ayudar con esas cicatrices inconsolables es el que se especializa en abrazos, cariño, sonrisas, compañía.

Llegué a mi casa con estos pensamientos algo depresivos, pero al final me dije, parafraseando a nuestro músico Gualberto Ibarreto, que a uno no le queda otra que cargar con este “cuerpo cobarde” que, con el tiempo, también necesita de mantenimiento y repuestos.

Decidí hacerle un cariño a mi carrocería interna, así que destapé una botella de vino blanco, me serví una generosa copa y la bebí en silencio, mientras la belleza de un cielo color lavanda reparaba todas mis magulladuras.

miércoles, 30 de octubre de 2024

AUGUSTO

 



Se siente algo extraño.

Una perturbación en el aura, como una ráfaga de tiempo.

Un peso etéreo, imposible de ser medido en unidades de masa como gramos u onzas.

Me trasladé a la fragua, al metal incandescente, calor de fundición, martilleo de yunque. Después, rumor de mercaderes, bullicio de anfiteatros, tesoros escondidos.

Sucedió el domingo pasado.

Mi hijo me condujo a lo que llamamos su “despacho”, donde nos recibe un busto del primer emperador del imperio romano, Cayo César Augusto (Augusto para los de confianza), quien, dependiendo de la ocasión, luce un sombrero vaquero, de Halloween o de San Nicolás.

Santiago quería enseñarme unas nuevas adquisiciones de su colección de monedas romanas, hobby que lo ha acompañado desde niño.

Las esparció ante mí con orgullo y ánimo exaltado.

Las colocaba sobre mi mano mientras me contaba la historia de cada una.

Vespasiano, Justiniano, Constantino, Claudio, Augusto.

Denarios y Sestercios de plata, Dupondios de bronce. Ningún Áureo, de las pocas monedas hechas de oro y la más valiosa que circuló en el Imperio Romano.

Miles de años transcurrían por la palma de mi mano ante mi mirada de asombro.

Creo que por primera vez entendí la fascinación del numismático y del coleccionista en general.

Tomé una moneda que, según mi hijo era de las más antiguas 27 a.C., justamente de la época de Augusto también conocido como Octaviano. La apreté en mi puño mientras cerraba los ojos.

Me fugué en el tiempo.

Al abrir los ojos me encontré con la severa mirada del Augusto de bronce.

Le escuché murmurarme:

-      Por favor quítame este ridículo gorro de calabaza.

Así lo hice. Santiago me miró extrañado. Augusto me sonrió.

Las monedas volvieron a sus respectivos álbumes.

Yo regresé al MMXXIV Anno Domini.

domingo, 20 de octubre de 2024

EL PUENTE

 


El 14 de octubre celebramos el día de Acción de Gracias canadiense.

Pasadas las festividades, me dirigí al puente cercano a mi casa con una misión.

Una misión cósmica.

Para ofrecer algo de contexto, nuestro “Thanksgiving” es muy diferente en sus orígenes al de Estados Unidos. Es un día de dar gracias a Dios por la abundante cosecha con la que Canadá ha sido bendecida.

Pero volviendo a mi importante misión, confieso que fue inspirada en una fuente inusual, una comiquita infantil llamada “Daniel Tiger”, un simpático tigrito que en cada episodio nos deja una enseñanza.

Con mis nietos Tomás y Natalia tomamos nota y procedimos a la ejecución de esta idea.

Se trata del “Árbol de Agradecimiento”.

Dibujamos el tronco de un sauce en una cartulina grande y recogimos hojitas del otoño en el parque.

La actividad para el día de Acción de Gracias consistiría en que cada uno escribiría mensajes de agradecimiento en las hojitas y así poblaríamos el árbol.

Debo decir que la idea tuvo mucha aceptación.

Nuestro árbol se veía frondoso y pleno.

Para culminar la tarea, las hojitas habrían de ser ofrecidos al universo lanzándolas al río, de ahí el calificativo de “misión cósmica”.

Llegué al puente con una bolsa llena de “gracias”, por la familia, salud, hogar, perritos, amigos, amor, alguien puso “por vivir en Calgary”, lo certifico.

Esperé a que no viniera nadie y lancé al río la lluvia de hojas crujientes y amarillas.

Un pensamiento alado cruzó mi mente.

Me dije, en este mundo donde la avaricia y las ansias de poder andan rampantes, creo que la empatía, la compasión y la gratitud son el puente que conduce a la verdadera abundancia.

En ese instante, una bandada de gansos pasó muy cerca de mi cabeza.

Me recordó un momento solemne, hace casi ocho años cuando en este mismo lugar esparcimos las cenizas de mi amado.

Por algo este puente es para mí el lugar donde se tocan el tiempo y la eternidad.

Las hojitas se perdieron en una luz serena.

lunes, 14 de octubre de 2024

LA MULTA

 


El temido sobre llegó.

Policía de Calgary: Usted ha sido multada por exceso de velocidad.

Supuestamente iba a 80 kph en una zona en construcción donde había que ir a 60 kph.

Me declaro culpable y es que en el verano/otoño, la ciudad entera se convierte en un área de desastre. Como dicen algunos, aquí en Calgary solo hay dos estaciones: Invierno y Construcción. No me quejo porque son mis impuestos trabajando para mí.

Pero hay que estar muy atento porque en mis rutas cotidianas a cada rato hay cartelones que dicen REDUCE SPEED es decir reduzca la velocidad y yo que de por sí soy despistada, pues me distraigo.

El hecho es que ahora, después de este atentado a mi bolsillo, voy a 10, como quien dice, y no me importa si se me pegan, si me pasan picando cauchos, o si me hacen la señal de costumbre.

Y si cuento esta historia tan poco interesante es porque ahora cada vez que veo esos grandes carteles, a veces luminosos que ordenan que uno reduzca la velocidad, me acuerdo de aquella historia que contaba mi padre, quien una vez manejando por el interior del país se topó con un cartel que decía REDUZCA 60 Km. Él responsablemente obedecía y bajaba la velocidad.

Un poco más allá:

REDUZCA 30 Km.

Y al rato:

REDUZCA 10 Km.

Ya casi sin pisar el acelerador, insólitamente, REDUZCA 5 Km.

Hasta que finalmente un gran y alegre cartel decía:

“BIENVENIDOS A REDUZCA”

Al menos el recuerdo de ese chiste que solía contar mi padre me produjo una sonrisa.

Lo que no resultó nada gracioso fueron los $239 “por el pecho” de la multa que procedí a pagar sin rechistar.

De ahora en adelante, mi lema es REDUZCA y al que me salude con la señal de costumbre, se la respondo.

martes, 8 de octubre de 2024

La Brújula

 


La mía la tengo perdida desde hace tiempo.

Nave al garete, esa soy.

Pero la brújula salió a colación porque vino como parte de un “equipo de aventuras” que le regalé a mis nietos.

Un morral que contenía una red para atrapar mariposas, una lupa, una pinza para agarrar insectos y una brújula.

Por supuesto la pregunta no se hizo esperar.

-      ¿Y qué es esto? – preguntaron los niños al unísono.

-      Una brújula – les dije – sirve para no perderse cuando uno va de excursión.

Creo que mi respuesta no les satisfizo y a mí tampoco, así que acto seguido, fui a investigar sus orígenes y mecanismo.

Mi investigación resultó bastante edificante.

La palabra brújula viene del italiano bussola (cajita). Es una caja en cuyo interior una aguja imantada gira sobre un eje y señala el Norte magnético.

Este instrumento fue inventado por los chinos en el siglo I, y luego llevado a Europa por los árabes en el siglo XII. Se le atribuye a Flavio Gioia (1250-1300) inventor y navegante italiano su perfeccionamiento, lo cual marcó una nueva era en la historia de la navegación.

En fin, datos curiosos.

Retomé la conversación con mis nietos para explicarles todo lo que había aprendido, pero claro, ya estaban en otra cosa.

Yo me quedé maravillada, mirando la agujita de la brújula del “Adventure kit” la cual se movía vacilante hasta encontrar con toda determinación el Norte. Lo tomé como una metáfora de vida.

En eso mis nietos, cambiando el tema exclamaron:

-      Nana, vamos a poner la decoración de Halloween.

Ya en octubre todo es Halloween, así que accedí y procedí a sacar mi decoración: una escoba que coloco cada año en el umbral de mi puerta y que indica que la bruja está en casa. Bueno y las telarañas que me acompañan todo el año.

Y aquí fue cuando me iluminé y saqué de mi memoria reptil:

-      ¿Quieren saber de verdad lo que es una “brújula”?

-      ¡Sí! – gritaron emocionados.

-      Una “viéjula montada en una escóbula”- dije.

Me miraron con escepticismo. Ya después les explicaré.

Yo me reí.

miércoles, 2 de octubre de 2024

LA PICADURA

 


A veces es elusiva y mientras más me afano en encontrarla, más se me escurre.

Me ronda, se acerca, se espanta y se va.

Sí, es la inspiración.

Como cada semana, la busco incansablemente, cuando voy de paseo, en el automercado, mirando por la ventana, la de mi casa y la de las almas de las personas que me encuentro en la calle.

A veces llega con una frase leída hace poco (“Mi soledad sin descanso” García Lorca), o quizás con alguna cita vieja.

El hecho es que esta semana, me pareció que mi inspiración estaba más escurridiza que nunca, así que, respiré hondo y me eché a caminar.

Esta vez me cuidé de no usar perfume y ponerme camisa manga larga, pues las avispas están alborotadas esta temporada, quizá por las temperaturas inusualmente altas para esta época del año y una picadura de avispa puede resultar, sino mortal, al menos dolorosa.

No era por falta de maravillas que nada me conmovía pues en el camino se me cruzaron un faisán y dos pelícanos, sumados a la belleza del otoño, ese que pinta de oro el paisaje.

Pero ya mi repertorio en ese sentido creo está agotado.

Así que decidí internarme por una senda diferente.

Y ahí fue cuando sucedió.

Un enjambre de avispas me rodeó.

Eran gordas y vestían traje a rayas. Se diferencian de las abejas porque estas últimas son más amarillas, más gorditas y peludas, por lo de la polinización.

Estas avispas eran agresivas.

Las intenté espantar con las manos, con mi sombrero.

Corrí desesperada. Pero ya era tarde.

Sentí la picadura punzante, como un clavo ardiente, en toda mi cara.

Un calor intenso recorrió mi piel, pude sentir la potencia del veneno recorriendo furiosamente mi cuerpo.

Tiendo a ser muy alérgica, así que corrí a mi casa.

 Al llegar, revisé mi cara, mis brazos, a ver si veía señales de la picadura, pero nada.

Me serví un vaso de agua y corrí a mi computadora con una urgencia.

La de escribir estas líneas.

La picadura de la inspiración también puede ser letal.

Puede matar de deseo, de belleza o de dolor, da igual.

sábado, 28 de septiembre de 2024

Déjà vu

Déjà vu


 

De repente despiertas, medio ahogada y estás en un lugar desconocido, podría decirse que hostil, aunque todos a tu alrededor intenten que estés lo más confortable posible.

No sabes si llorar, gritar, forcejear.

Sensaciones olvidadas que resurgieron en una conversación reciente.

Yo contemplada enternecida a los invitados a una bella celebración.

Los más grandecitos retozando en una piscina de pelotas y los más pequeños, gateando en la alfombra.

Sumida en los vapores de esa especie de trance que algunos llaman “Déjà vu” (en francés, “ya vivido”, solo que hace más de treinta años) me puse a conversar con una joven mamá que cargaba a su bebecita en brazos.

-      Ay que linda, ¿cómo se llama? – pregunté.

-      Ana – me dijo.

-      Y ¿cuánto tiempo tiene?

-      Cuatro meses y medio.

-      ¡Qué bella!, ¿cómo se porta, duerme bien?

-      Bueno se levanta varias veces en la madrugada….

-      ¡Qué difícil...

Yo iba a decir, “qué difícil es ser mamá”, pero ella completó mi frase diciendo:

-      ¡Qué difícil es ser bebé!

Yo me quedé con mi cara de “ponchada” y ella hizo más o menos la disertación con la que comencé estas líneas.

-      Si, imagínate, de repente te sacan de tu lugar seguro y estás en un ambiente que no conoces, y no puedes comunicar si tienes hambre, frío, o calor, o si te duele algo...etc.

Debo decir que me encantó ese cambio de perspectiva, esa generosa y maternal forma de empatía.

Al final apagamos la velita del primer año de mi hijo, perdón (déjà vu) de mi bella nieta y concluyo diciendo:

 ¡Qué difícil ser mamá, papá, bebé, persona, pero a la vez qué milagro poder ser testigo de cómo la vida se renueva!