miércoles, 11 de junio de 2025

DESPREOCUPARSE

 


En la “inmensidad temblorosa que nos rodea”, esa que llaman vida, como dijo el escritor finlandés Sillanpää (Premio Nobel 1939, otro de mis “monumentales” recientes descubrimientos), despreocuparse…

Misión imposible.

Este sábado 7 de junio de 2025, cumplo 40 años de graduada de ingeniera civil en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB).

En aquel entonces pensé que lograr esta meta, había sido lo más difícil y estresante que había hecho en mi vida. Luchando contra corrientes con los análisis matemáticos, geometrías descriptivas, termodinámica, mecánica racional (para mí nada racional).

Pero no, lo que venía era más complicado que diseñar un distribuidor trompeta o calcular un puente.

Volviendo los ojos a esas cuatro décadas, entre los momentos más retadores pero gratificantes, se encuentra la época de la maternidad que comienza en ese instante de íntimo regocijo de contemplar por primera vez los ojos de los hijos y atarse en esas miradas para siempre.

Después de ese instante poético viene lo bueno.

Pero sin entrar mucho en detalles sobre las vicisitudes de mi vida, el punto es que ya entradita en lo que llaman aquí, “la edad dorada”, pues uno cree absurdamente, que llega al fin, el momento de “despreocuparse” y no hacer nada.

Como decía mi osito filósofo Winnie the Pooh, “el único problema de no hacer nada es que uno no sabe cuándo termina” y esta frase que me encanta, me conduce con una sonrisa, a mi reflexión de esta semana.

Aunque los momentos de ansiedad y desasosiego nunca desaparecen por completo, (creo que es mi hobby), ya me llegó la hora de practicar a tiempo completo eso que Oscar Wilde describió como “ocio cultivado”.

Éste consiste en no hacer mucho, pero vivir con intención, apreciando las cosas más insignificantes de la vida.

Consumir el tiempo en la contemplación filosófica es sin duda más satisfactorio que un día en la oficina.

Y es que una jornada bien cumplida de “ocio cultivado”, quizás sea el primer paso para alcanzar esa utopía que llaman “despreocuparse”.

En eso estoy…

 

jueves, 29 de mayo de 2025

FUGA

 


Me tropecé por casualidad con esta palabra.

Hoy la traigo sin el contexto de evasión.

Tampoco en su significado de deserción o abandono, como indica la Real Academia.

La menciono con sentido de rebeldía.

Sin pretender hacer una disertación filosófica, creo que la historia de la humanidad es una constante fuga.

Ejemplos hay muchos.

Astrónomos como Copérnico o Galileo, quienes se rebelaron ante las teorías de sus tiempos.

Cartógrafos, como Ptolomeo o Mercator, también se insubordinaron ante los conceptos de sus épocas y revolucionaron la manera de hacer mapas.

Pintores y escultores se amotinaron contra los cánones de la belleza tradicionales, elevando las artes a infinitas nuevas dimensiones.

Pareciera que fugarse de las formas rígidas, es una manera de crecer y sin estos actos de extrema rebeldía, la historia de la humanidad sería francamente aburrida.

Inmersa en esta reflexión me pregunté, ¿y cuál será mi manera de fugarme?

En mi caso, quizás sí se trate de una especie de evasión pues no creo pueda revolucionar ni el polvo del camino. Pero ciertamente, con frecuencia huyo a mi planeta particular, el de mis soledades, el de mis ensoñaciones.

Desde allí invento nuevas constelaciones, elaboro mapas sin ningún destino, dibujo imperfectas perspectivas; claro, sin esperar romper ninguna barrera del conocimiento universal, ni descubrir la quinta dimensión o pata del gato.

Pero sí, intento fugarme a diario de la mediocridad, de la indiferencia del mundo, de la “voluble existencia cotidiana”, como bien lo expresó Luigi Pirandello (Premio Nobel de literatura 1934), precursor del teatro del absurdo, otro alzado.

En fin, mis insubordinaciones son realmente irrelevantes, pero los grandes de la historia, sea en el arte, la música y las ciencias, sí que nos han dejado sus estelas de virtuosismo, para después fugarse en la gloria.

Para terminar, me fugo de estas líneas con una muestra sublime que creo ilustra musicalmente el punto:

Tocatta y Fuga en Re Menor, de Johann Sebastian Bach.

 

https://youtu.be/ho9rZjlsyYY

MONUMENTOS

 


Algunos hay que escalarlos, como las pirámides de Teotihuacán o Chichén-Itzá.

Otros se recorren con asombro histórico, como el Coliseo Romano o la Acrópolis de Atenas, también con curiosidad romántica como el Taj Mahal.

Pero estos a los que me refiero, se erigieron ante mis ojos desde que era niña y se vinieron conmigo cuando emigré a Canadá.


Desde la biblioteca de mi infancia me miraban, con sus azules, dorados y amarillos. Son en total quince monumentos de arquitectura perdurable.


Se trata de una antigua colección de autores galardonados con el Premio Nobel, publicados por la editorial Aguilar. Llevan años durmiendo en lo alto de mi actual biblioteca y esta semana, por razones desconocidas, me invitaron a recorrerlos.


Me aproximé con humildad, conociendo mis limitaciones literarias, sin muchas expectativas. Solo quería acariciar sus páginas apergaminadas y amarillentas y si acaso rozar algún momento resplandeciente de estos insignes escritores.


Así lo hice y me fui paseando, sin tiempo, por algunos grandes que recordaba como, Yeats, Faulkner, Mann, Juan Ramón Jiménez, aquel de “Platero es pequeño, peludo y suave, tan blando por fuera, que se diría todo de algodón…”

Confieso que muchos me resultaron desconocidos y todavía estoy por explorarlos, como el ruso Ivan Bunin (Nobel 1933) o el sueco Verner von Heidenstam (1916), entre otros, así de vasta es mi ignorancia.


Pero a lo que voy, es a la fascinación que me produjo, no solo redescubrir estos tesoros de mi infancia, sino pasearme por sus avenidas y descubrir una expresión de lo inefable, una revelación interior, iridiscencias más allá de los conceptos.


Verdaderos monumentos a ese instante de regocijo que ilumina el alma del lector.


Me reverencio ante las palabras que reflejan los valores y la excelencia de quienes conceden el Premio Nobel “a la humanidad por sus mayores contribuciones.”


Por ahora voy a dedicarme a pulirme y así sea leerme los prólogos de cada uno y pasar mis manos por la seda de sus páginas, a ver si aprendo algo.

lunes, 12 de mayo de 2025

SED

 


“Me gusta comer con hambre y beber agua con sed…”

Así dice el coro de una canción popular venezolana interpretada por esa voz prístina de Cecilia Todd.

Ciertamente bebo con sed y avidez un gran vaso de agua cuando regreso de subir la cuesta que conduce a mi casa después de mis diarias caminatas.

De resto, confieso que prefiero el café y el vino, fórmula para deshidratarse, lo sé.

He hecho el propósito de enmienda de tomar más agua, y ahora cargo siempre a mi lado uno de esos “coolers” gigantes que considero de alto riesgo (si te caen en un pie).

Pero volviendo a la sed, sí, estoy sedienta, pero no precisamente de agua.

Es una necesidad radiante.

Tengo sed de poesía, esos anhelos vívidos que nos dejaron los grandes poetas y que alivian las penas del mundo en que vivimos.

Tengo sed de abrazos perdidos, esos que seguramente recuperaremos en otros dominios.

Tengo sed de, como diría García Márquez, “un café bien conversado” (o varios).

Tengo sed de flores en mi jardín, después de un largo invierno, por ahí ya se asoman las peonías.

Tengo sed de dar y recibir gestos amables, por pequeños que sean, a veces una sonrisa basta.

En fin, vivo sedienta, no precisamente de agua.

Mi papa solía decir un refrán que cada vez que lo repito me regañan, quizás con razón pero me recuerda a él: “Que beban agua los bueyes que tienen el cuero duro, aguardiente y vino puro es lo que beben los reyes”.

Pero si, voy a tomar más agua, entiendo que es esencial para la buena salud, al final como dijo Neruda, “ay, amar es un viaje con agua y con estrellas…”

Y me despido tarareando la canción que cito al comienzo:

“Me gusta comer con hambre y beber agua con sed, hablar con el que me entienda y pedirle a quien me dé…lai..lalailá…”

ANTEOJOS

 


-                  Abuelita, qué ojos tan grandes tienes… – dijo la Caperucita Roja.

-                 - ¡Son para verte mejooooor! – respondió el lobo feroz.

Todos recordamos esta historia de la infancia y viene a cuento, literalmente, porque hace poco me tocó mi examen anual de la vista.

Ser espectadora de mis propios ojos fue una experiencia sideral.

El Dr. Fung me examinaba con sus máquinas modernas, encandilándome con luces muy brillantes, soplando aire dentro de mis ojos y dándome comandos: abre, cierra, parpadea.

Y yo, fascinada, observando en la pantalla a su lado, esas esferas translúcidas, mis ojos, parecidos al planeta Marte, con ríos rojos, mares oscuros y volcanes luminosos.

Me parecía mentira que allí habitaran colores, imágenes, rostros, ensueños, recuerdos.

Al final el Dr. Fung confirmó que mis ojos no están tan mal, nada que unos anteojos progresivos no puedan corregir.

Salí de la consulta con fórmula para ojos nuevos, pero la experiencia me hizo reflexionar sobre una diferente modalidad de visión.

Quizás yo necesite otro tipo de lentes, me dije, más cristalinos y menos apasionados, para ver con mayor claridad el mundo que me rodea.

Confieso que a veces, mi temperamento visceral, prefiero llamarlo intuitivo, me hace muy susceptible a sufrir de miopía política, presbicia financiera y/o astigmatismo mediático, ese que hace que me aísle del ruido.

Sin embargo, a mi favor, puede que tenga buena visión para enfocar con precisión las cosas buenas que se esconden por ahí en momentos de adversidad, una constante que he intentado en mi vida. 

También puede que vea nítidamente las pequeñas cosas que constituyen mi fuente diaria de deleite, y que muchas veces me inspiran estas líneas.

Al final creo que la única que de verdad necesita anteojos, pero de esos grandotes y de colorinches que están de moda ahora, es la Caperucita Roja, porque, eso de confundir a su abuelita con el lobo, hoy como abuela que soy, me haría sentirme muy dolida, jaja…

lunes, 7 de abril de 2025

PREMIOS

 



 

Hace poco asistí a una ceremonia de premiación.

Eso me hizo, parafraseando a nuestro poeta Andrés Eloy Blanco, “volver los ojos a mi propia historia.

“¿Y a mí de qué me habrán premiado en la vida?, pensé.

Creo que mi más preciado logro académico fue cuando la madre superiora citó a mi mamá, después de estar un mes en prekínder, para decirle que me habían promovido directo a kínder porque yo “era muy lista”. Mi madre me lo contaba orgullosa.

Continúe en mi búsqueda de premios y la verdad, no me acuerdo de ninguno. 

Siempre fui buena estudiante, pero nunca el “Top 3” quienes se llevaban los galardones.

En el deporte era buena en “kicking ball”, pero el mérito era del equipo.

En el canto, si me destaqué un poco y era la solista oficial del colegio.

Cuando me gradué de ingeniero, recibí mi medalla dorada con cinta azul. Esa sí debo decir que me costó sangre, sudor y lágrimas. Quizá un premio de consolación por estudiar algo que nunca me gustó, pero que debo admitir que me abrió muchos caminos.

Pero a propósito de la ceremonia de premiación a la cual asistí en el colegio de mis nietos, se trataba de los “Virtue Victory Awards”, premios que les son dados a los niños entre primero y sexto grado, por destacarse en esas virtudes, a veces olvidadas, como la humildad, la compasión, la caridad.

Con lágrimas de emoción en los ojos, vi como llamaban al estrado, a mis nietos, de primero y tercer grado. La maestra pronunció estas palabras mientras les entregaba sus diplomas:

“Son ustedes ejemplos brillantes de compasión, caridad y amistad.”

Yo pensé para mis adentros, “no se puede decir algo más bello para describir a una persona.”

Salí del auditorio feliz, olvidando mi vida escasa de trofeos y me dije:

“Que afortunada soy.”

Volví otra vez los ojos a mi propia historia, complacida.

Con momentos como este y si los amores son premios, me considero en esta vida, condecorada.

EL LABERINTO

 



 

El concierto concluyó y mi amigo me dijo:

-      Acompáñame a buscar mi chaqueta.

Yo lo seguí y de pronto él abrió una puerta que conducía a un salón llamado “El Laberinto”.

-      Ya vengo – dijo. Y se perdió.

Al traspasar el umbral, yo quedé asombrada.

Parecía un gran salón de baile, con un piano de cola en un rincón y un órgano en otro.

Pero lo más fascinante era que en el piso de madera se dibujaba un inmenso laberinto.

Por supuesto mi mente voló al mito del Minotauro y al palacio de Knossos en Creta, el cual tuve la suerte de conocer.

Yo comencé a caminar el laberinto, dando vueltas aquí y allá, hasta llegar a una calle ciega. Entonces me devolvía y buscaba otra ruta, para otra vez llegar a un rincón sin salida.

Seguí insistiendo.

De pronto, entre recovecos y obstáculos, llegué al corazón del laberinto.

Sentí que encontraba mi centro.

Miré arriba, hacia la cúpula del techo con una cierta sensación de triunfo, hasta que me fijé que mi amigo, chaqueta puesta y brazos cruzados, me miraba con una sonrisa entre divertida e impaciente.

-      ¿Nos vamos? -  dijo.

-      Si claro, vámonos - respondí.

Salimos juntos y abrazados, comentando la maravilla del concierto que acababa de terminar.

Del laberinto me llevo una máxima que, por sencilla, no deja de ser poderosa.

“Si el camino se tranca, pues te devuelves y buscas uno mejor.”

Un recordatorio de que son los desafíos los que nos hacen avanzar en la búsqueda de nuestra verdadera senda.

Mi amigo y yo continuamos la nuestra, tarareando las gloriosas notas de Bach, Haendel y Scarlatti.