lunes, 12 de mayo de 2025

SED

 


“Me gusta comer con hambre y beber agua con sed…”

Así dice el coro de una canción popular venezolana interpretada por esa voz prístina de Cecilia Todd.

Ciertamente bebo con sed y avidez un gran vaso de agua cuando regreso de subir la cuesta que conduce a mi casa después de mis diarias caminatas.

De resto, confieso que prefiero el café y el vino, fórmula para deshidratarse, lo sé.

He hecho el propósito de enmienda de tomar más agua, y ahora cargo siempre a mi lado uno de esos “coolers” gigantes que considero de alto riesgo (si te caen en un pie).

Pero volviendo a la sed, sí, estoy sedienta, pero no precisamente de agua.

Es una necesidad radiante.

Tengo sed de poesía, esos anhelos vívidos que nos dejaron los grandes poetas y que alivian las penas del mundo en que vivimos.

Tengo sed de abrazos perdidos, esos que seguramente recuperaremos en otros dominios.

Tengo sed de, como diría García Márquez, “un café bien conversado” (o varios).

Tengo sed de flores en mi jardín, después de un largo invierno, por ahí ya se asoman las peonías.

Tengo sed de dar y recibir gestos amables, por pequeños que sean, a veces una sonrisa basta.

En fin, vivo sedienta, no precisamente de agua.

Mi papa solía decir un refrán que cada vez que lo repito me regañan, quizás con razón pero me recuerda a él: “Que beban agua los bueyes que tienen el cuero duro, aguardiente y vino puro es lo que beben los reyes”.

Pero si, voy a tomar más agua, entiendo que es esencial para la buena salud, al final como dijo Neruda, “ay, amar es un viaje con agua y con estrellas…”

Y me despido tarareando la canción que cito al comienzo:

“Me gusta comer con hambre y beber agua con sed, hablar con el que me entienda y pedirle a quien me dé…lai..lalailá…”

ANTEOJOS

 


-                  Abuelita, qué ojos tan grandes tienes… – dijo la Caperucita Roja.

-                 - ¡Son para verte mejooooor! – respondió el lobo feroz.

Todos recordamos esta historia de la infancia y viene a cuento, literalmente, porque hace poco me tocó mi examen anual de la vista.

Ser espectadora de mis propios ojos fue una experiencia sideral.

El Dr. Fung me examinaba con sus máquinas modernas, encandilándome con luces muy brillantes, soplando aire dentro de mis ojos y dándome comandos: abre, cierra, parpadea.

Y yo, fascinada, observando en la pantalla a su lado, esas esferas translúcidas, mis ojos, parecidos al planeta Marte, con ríos rojos, mares oscuros y volcanes luminosos.

Me parecía mentira que allí habitaran colores, imágenes, rostros, ensueños, recuerdos.

Al final el Dr. Fung confirmó que mis ojos no están tan mal, nada que unos anteojos progresivos no puedan corregir.

Salí de la consulta con fórmula para ojos nuevos, pero la experiencia me hizo reflexionar sobre una diferente modalidad de visión.

Quizás yo necesite otro tipo de lentes, me dije, más cristalinos y menos apasionados, para ver con mayor claridad el mundo que me rodea.

Confieso que a veces, mi temperamento visceral, prefiero llamarlo intuitivo, me hace muy susceptible a sufrir de miopía política, presbicia financiera y/o astigmatismo mediático, ese que hace que me aísle del ruido.

Sin embargo, a mi favor, puede que tenga buena visión para enfocar con precisión las cosas buenas que se esconden por ahí en momentos de adversidad, una constante que he intentado en mi vida. 

También puede que vea nítidamente las pequeñas cosas que constituyen mi fuente diaria de deleite, y que muchas veces me inspiran estas líneas.

Al final creo que la única que de verdad necesita anteojos, pero de esos grandotes y de colorinches que están de moda ahora, es la Caperucita Roja, porque, eso de confundir a su abuelita con el lobo, hoy como abuela que soy, me haría sentirme muy dolida, jaja…

lunes, 7 de abril de 2025

PREMIOS

 



 

Hace poco asistí a una ceremonia de premiación.

Eso me hizo, parafraseando a nuestro poeta Andrés Eloy Blanco, “volver los ojos a mi propia historia.

“¿Y a mí de qué me habrán premiado en la vida?, pensé.

Creo que mi más preciado logro académico fue cuando la madre superiora citó a mi mamá, después de estar un mes en prekínder, para decirle que me habían promovido directo a kínder porque yo “era muy lista”. Mi madre me lo contaba orgullosa.

Continúe en mi búsqueda de premios y la verdad, no me acuerdo de ninguno. 

Siempre fui buena estudiante, pero nunca el “Top 3” quienes se llevaban los galardones.

En el deporte era buena en “kicking ball”, pero el mérito era del equipo.

En el canto, si me destaqué un poco y era la solista oficial del colegio.

Cuando me gradué de ingeniero, recibí mi medalla dorada con cinta azul. Esa sí debo decir que me costó sangre, sudor y lágrimas. Quizá un premio de consolación por estudiar algo que nunca me gustó, pero que debo admitir que me abrió muchos caminos.

Pero a propósito de la ceremonia de premiación a la cual asistí en el colegio de mis nietos, se trataba de los “Virtue Victory Awards”, premios que les son dados a los niños entre primero y sexto grado, por destacarse en esas virtudes, a veces olvidadas, como la humildad, la compasión, la caridad.

Con lágrimas de emoción en los ojos, vi como llamaban al estrado, a mis nietos, de primero y tercer grado. La maestra pronunció estas palabras mientras les entregaba sus diplomas:

“Son ustedes ejemplos brillantes de compasión, caridad y amistad.”

Yo pensé para mis adentros, “no se puede decir algo más bello para describir a una persona.”

Salí del auditorio feliz, olvidando mi vida escasa de trofeos y me dije:

“Que afortunada soy.”

Volví otra vez los ojos a mi propia historia, complacida.

Con momentos como este y si los amores son premios, me considero en esta vida, condecorada.

EL LABERINTO

 



 

El concierto concluyó y mi amigo me dijo:

-      Acompáñame a buscar mi chaqueta.

Yo lo seguí y de pronto él abrió una puerta que conducía a un salón llamado “El Laberinto”.

-      Ya vengo – dijo. Y se perdió.

Al traspasar el umbral, yo quedé asombrada.

Parecía un gran salón de baile, con un piano de cola en un rincón y un órgano en otro.

Pero lo más fascinante era que en el piso de madera se dibujaba un inmenso laberinto.

Por supuesto mi mente voló al mito del Minotauro y al palacio de Knossos en Creta, el cual tuve la suerte de conocer.

Yo comencé a caminar el laberinto, dando vueltas aquí y allá, hasta llegar a una calle ciega. Entonces me devolvía y buscaba otra ruta, para otra vez llegar a un rincón sin salida.

Seguí insistiendo.

De pronto, entre recovecos y obstáculos, llegué al corazón del laberinto.

Sentí que encontraba mi centro.

Miré arriba, hacia la cúpula del techo con una cierta sensación de triunfo, hasta que me fijé que mi amigo, chaqueta puesta y brazos cruzados, me miraba con una sonrisa entre divertida e impaciente.

-      ¿Nos vamos? -  dijo.

-      Si claro, vámonos - respondí.

Salimos juntos y abrazados, comentando la maravilla del concierto que acababa de terminar.

Del laberinto me llevo una máxima que, por sencilla, no deja de ser poderosa.

“Si el camino se tranca, pues te devuelves y buscas uno mejor.”

Un recordatorio de que son los desafíos los que nos hacen avanzar en la búsqueda de nuestra verdadera senda.

Mi amigo y yo continuamos la nuestra, tarareando las gloriosas notas de Bach, Haendel y Scarlatti.

lunes, 24 de marzo de 2025

Kamsahamnida

 



El recinto estaba a reventar.

Tan repleto que tuvimos que sentarnos en un rincón en el suelo.

Los niños, entre ellos mi nieto Tomás, de 8 años, comenzaron a formarse en el borde del enorme rectángulo blanco.

Todos vistiendo sus impecables “dobok”, así se llama el uniforme.

Se trataba de una sesión donde los alumnos tendrían que mostrar sus habilidades de Taekwondo para pasar a un nivel más alto, con el merecido cambio de color de cinturón.

El Taekwondo es una de las artes marciales más antiguas. Su origen es coreano y se considera como el más elevado arte de defensa personal.

Los niños comienzan sus rutinas, siguiendo los comandos que les da el Maestro. Los niveles de concentración son enormes, la coordinación perfecta entre patadas y movimiento de brazos.

Investigando para esta crónica aprendí que Tae se refiere a pie, Kwon es mano y Do significa arte: Taekwondo. Disciplina que exalta los conceptos de integridad, perseverancia, autocontrol y cortesía.

Llega el momento más estresante, la prueba final para graduarse de cinta. Cada niño tiene que partir una tabla con una patada certera.

Algunos la rompen a la primera. Otros necesitan de varios intentos, y cuando aciertan, estalla una inmensa ovación.

El Maestro, los motiva, los anima, les refuerza la confianza en sí mismos.

El mundo pareció transcurrir en cámara lenta cuando le tocó a Tomás su turno. Rompió la tabla con enorme técnica y elegancia, e hizo una reverencia al profesor con el subsecuente Kamsahamnida, gracias en coreano.

Miré hacia las gradas mientras aplaudía emocionada y fui tocada por un instante de gran belleza.

Padres, abuelos, hermanos, todos vitoreando a los suyos y a los demás, con emoción y orgullo en sus rostros.

Una gran sonrisa colectiva.

Pero lo más inspirador fue encontrar, en los ojos de cada niño que salía con la tablita partida en dos, esa mirada de determinación, de triunfo, de espíritu indomable.

Más que una clase de artes marciales, una tarde jubilosa y llena de agradecimiento.

¡Kamsahamnida!

 

HUELLAS

 


Anoche nevó.

No es inusual en marzo, pero a estas alturas del invierno uno dice: ¡Basta ya! Prometo que será la última vez que mencione el frio y el invierno por una buena temporada.

Me fui temprano a pasear a la perrita Panda que estoy cuidando estos días, quizás algunos la recuerden.

No había ni un alma en la extensa pradera, pero mi sensación de soledad se vio cuestionada por la cantidad de huellas en la nieve.

Sentí que me encontraba en medio de una multitud invisible.

Había pisadas de todo tipo; humanas, caninas, de venado, de ganso y hasta de conejo; he aprendido a identificarlas. Gracias a Dios no había de oso, esos apenas se están despertando de su larga hibernación.

Las huellas convergían, divergían sin orden ni patrón, labrando improvisadas pinceladas en la blancura del lienzo.

Un mapa de presencias.

Recordé un artículo que escribí hace casi 19 años cuando nos mudamos a Canadá y que le dediqué a mis compatriotas venezolanos y compañeros de trabajo, se llamaba justamente así “Huellas en la Nieve”, y hablaba de ese legado que vamos dejando a nuestro paso, honesto, profundo, alegre, esencia de nuestro gentilicio.

Panda y yo terminamos la caminata en silencio.

Y hasta allí habría quedado esta historia aburrida, si no fuese porque, al final de la tarde, volvimos al parque para la segunda caminata del día.

La nieve se había derretido y con ella las huellas del invierno.

Ante nosotros un charco luminoso.

Me provocó chapotear en el pozo que anunciaba la ansiada primavera y hacer una danza de agradecimiento.

Me contuve para no parecer una vieja loca.

Panda y yo terminamos nuestro paseo de la tarde con un gozo en el corazón.

Los primeros brotes de esperanza, digo, de verdor, ya comienzan a asomarse.

 

En las profundidades del invierno,

finalmente aprendí que en mi interior

habitaba un verano invencible.”

Albert Camus

 

 

LA ARDILLA

 



La ardillita estaba entretenida abriendo una nuez, sin importarle más nada a su alrededor.

Son pequeñitas, pero increíblemente ágiles y yo diría inteligentes.

En estos tiempos en los cuales, a veces uno no puede evadir lo que sucede en nuestro mundo al revés, pues ahí me quedé, terapéuticamente, mirando a la ardilla por un buen rato.

Volví a casa dispuesta a trabajar en un poema infantil, una asignación para una revista inglesa llamada “Caterpillar”; pero claro antes de comenzar, no pude evitar revisar las noticias del mundo.

Salí espantada, como siempre.

Necesitaba “limpiar el paladar” antes de volver a mi tarea poética, así que no sé si por destino o azar, o el internet que a veces lee nuestros más profundos pensamientos, me topé con un poema de Ralph Waldo Emerson llamado “La Montaña y la Ardilla”.

No fue casualidad que acababa de extasiarme mirando a una ardillita devorando una nuez. Lo que sucedió a continuación resultó escalofriante.

El poema comienza con una discusión entre la montaña y la ardilla.

La arrogante cumbre llamó a la ardilla “Pequeña mojigata” (Little prig, en inglés)

Y por ahí se fueron.

La ardillita le contestó: “Sin duda eres enorme…y creo que no es una vergüenza ocupar mi lugar, aunque no sea tan grande como tú …”

Como comprenderán, este hallazgo fue mucho más que una contemporánea coincidencia.

Ralph Waldo Emerson (1803-1882), poeta norteamericano, nunca imaginó la vigencia de su poema en estos días.

Me asomé a la ventana para ver si por ahí estaba la ardillita y darle las gracias por su tremendo coraje e inspiración.

Claro, ya no estaba.

El poema, creo que más bien una visionaria fábula, termina con estas sabias palabras de la ardilla:

 

“Los talentos difieren;

todo está bien y sabiamente planteado.

Si no puedo llevar bosques a mis espaldas,

tampoco tú sabes cascar una nuez.”

 

Ahora sí estoy lista para sentarme a escribir mi poema infantil, quizás incluya a una ardillita corriendo por ahí.