En el sentido agrícola, es la recolección de
frutos y hortalizas.
Bíblicamente, se entiende como alimentar el espíritu
de Dios para ganar indulgencias.
Dionisíacamente, es la vendimia, ese momento en
el cual las uvas están en su punto de esplendor, para producir los más decadentes
vinos.
Se trata de recoger lo que se ha sembrado, y si
se tiene suerte, verse recompensado.
Parece fácil, pero como dicen, a veces se siembran
vientos y se recogen tempestades.
El tema viene a colación pues el 13 de octubre,
celebramos aquí en Canadá nuestra fiesta de Acción de Gracias (Thanksgiving),
y su origen es justamente agradecer por la cosecha, en el más amplio sentido de
la palabra.
Lo celebré con inmensa gratitud, en familia con
mis hijos y nietos (dos en camino) quienes son lo suficientemente valientes
para atreverse a probar mi rudimentaria cocina.
Y como siempre, eso de la cosecha me dejó
pensando y me generó una pregunta: a estas alturas de la vida, con mis hijos
grandes, retirada del mundo corporativo y solitaria profesional ¿qué semillas
me quedan por sembrar?
Se me ocurren unas en particular que intento plantar
cada día.
Son las semillas de la inspiración.
Esa que riego al despertarme y recojo en algún
momento de deleite.
Un poema, una cita inspiradora, un atardecer, un
chiste malo, palabras de amor, como cuando mi nieta me dice: Nana, ¡no cantes!
¿Y por qué no?, agradecerles a esos otros que
recogieron las uvas para yo disfrutar de una copa de vino.
A estas alturas de la vida, concluyo que los
caminos no se imponen, se inspiran. Me reconforta pensar que, el que ahora
transito es uno que se labra a sí mismo con esa maleza luminosa y silvestre.
Y si esas espigas danzantes de la inspiración
de alguna manera se metieran en las sendas de mis hijos y mis nietos, quizás
logre que me recuerden, en vez de por mi regular cocina o desafinadas
canciones, como aprendiz de poeta y amante de los chistes malos.
¡Feliz día de acción de Gracias!
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