Pablo Picasso dijo una vez: “Todo niño es un artista. El
problema es cómo seguir siendo un artista una vez que crecemos.”
Recordé esta
frase a propósito de una actividad que realizamos en familia este Año Nuevo.
La mariposa se
posó sobre mí y con ella su magia transformativa.
Ellas me
encontraron en la tienda conocida como Dollarama, y disculpen lo
prosaico. Allí, por un precio muy módico compre catorce mariposas de madera.
Minutos antes
de recibir el año, le expliqué al grupo multigeneracional la actividad en
cuestión. Nos sentaríamos a decorar las mariposas con nuestros coloridos deseos
para el 2025.
Allí es cuando
se produjo la metamorfosis. Por unos instantes volvimos a ser niños. Parecíamos
un salón de kínder.
Cada uno
concentrado en sus deseos y sus mariposas, interrumpidos solamente para un “Pásame
el verde” o “¿Quién tiene el anaranjado?
Y por algunos
minutos que parecieron eternos, todos los presentes nos convertimos en artistas.
Cada uno con su perspectiva diferente, con su propio e incuestionable talento.
La segunda fase
de la actividad ocurrió ayer.
Como las
maripositas son ecológicas, nos propusimos encontrar un arbolito triste para
alegrarlo. Fue idea de mi nieta Natalia.
Lo difícil es
que en el invierno todos los árboles lucen un poco tristes, pero encontramos
uno de tronco retorcido, que creo necesitaba algo de alegría.
Allí, a sus
pies, le dejamos nuestras mariposas llenas de buenos deseos. No sé si los
árboles sonríen, pero este resplandeció, igual que nosotros, niños eternos y
artistas.
Cualquier
parecido con la felicidad no es pura coincidencia.
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