Sucedió hace
unas pocas semanas.
El objeto en
cuestión: un traje antiguo.
Éste, llegó a
Canadá en la maleta de nostalgias de mi hijo.
Recuerdo que mi
padre lo lucía y lo bailaba con su “extraña elegancia” y su “cuerpo de percha”,
todas las Navidades caraqueñas.
Aquí, vivió en
la oscuridad polvorienta del closet de mi hijo por muchos años, yo ni lo
sospechaba.
Hasta que un
día, le llegó su momento.
Eternidad,
poesía y amor, se alinearon en una tarde veraniega.
Ella, la novia,
“¡Radiante cual ninguna!, con su vestido blanco de querube, semejaba un
destello de luna, dormido en el regazo de una nube”, como mi padre solía recitar.
Él, mi hijo, su
príncipe, vistiendo el traje de su abuelo, remozado de infancias y de sueños.
Mi hijo, en su
gesto de rescatar aquel traje, en una especie de pesca de arrastre universal,
se trajo consigo en un instante, toda la cosmología del abuelo.
Traje de luces.
Una
constelación de buenos augurios y dones, lo vistieron.
Se hizo un
pequeño milagro en este gesto amoroso.
¡Milagro de
presencia!
20 de marzo 2000, el ultimo brindis de un poeta. Foto por Meen Fontijn |
Mi comentario es que maravillosa coincidencia la union del abuelo y el nleto Me llego al.alma este relato Cariños AMIGA
ResponderBorrarGracias querido AMIGO. Gracias!
BorrarSe siente muchísimo amor en tus historia y tus palabras. El abuelo debe estar muy orgulloso de su nieto ❤️
ResponderBorrarMuchas gracias y abrazos!
BorrarHola Natalia.
ResponderBorrarMaravilloso detalle de tu hijo. Dice mucho de él. Y seguro que su madre está muy orgullosa, tiene motivos para estarlo.
Un gran abrazo.
Gracias querido amigo Roland! Muy orgullosa de mi hijo como dices!
BorrarAbrazote!!!