Hace poco leí en uno de estos “posts” de FB
algo que me pareció interesante.
Decía que, quedarse en el pasado causa depresión,
el futuro produce ansiedad, y claro, el presente es la mejor opción.
Y de este tema se han escrito infinitos libros,
por lo cual no creo tener mucho que agregar.
Admito que pensar demasiado en el incierto
futuro agita el pozo de tiburones de mi estómago.
El pasado me produce nostalgia. La nostalgia
es dolor por lo perdido.
Entonces, como ni el yoga, ni la meditación me
ayudan a permanecer en el presente continuo, decidí pintarlo.
Es un lienzo imaginario.
Lo colgué en mi cuarto. Pero no en el que duermo
todas las noches.
Es otra habitación interior, pequeña e íntima,
donde encuentro mi voz.
Una cueva, solitaria, silenciosa e iluminada
apenas por una vela cálida y temblorosa.
Esa llama débil que asombrosamente, persiste.
Allí guardo palabras que a veces intentan poesía.
Desde allí rezo y pido ayuda a gritos, sin
molestar a nadie.
En esa pequeña estancia también lloro mis
mejores lágrimas, sin angustia, sin desesperación. Dolor puro, cristalino y
sagrado.
Pero en mi caverna particular, también guardo colores.
Los que voy a utilizar para pintar mi lienzo
infinito de presentes.
Este es mi plan pictórico:
Cada vez que mi mente divague en las
incertidumbres y peligros del futuro, vendré a dar unas pinceladas agitadas y emotivas.
Elegiré un color intenso para borrar los
miedos y ahogar a los tiburones.
Cuando mi mente se interne en territorios
depresivos de pasado, me retiraré a pintar a una pradera donde las flores
silvestres comienzan a trepar por los árboles, hasta convertirse en frondosas
enredaderas de recuerdos nuevos.
Y así iré, pincelada a pincelada, presente a presente, pintando y
cantando, la bella vida…
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