En mi cuarto tengo un baúl que tiene una extraña
cualidad. Cada vez que lo abro, y saltan los recuerdos, lloro o me río. Esta vez fueron las dos cosas al mismo
tiempo. Más las risas, confieso.
Buscando otra cosa (otro cuento que escribí
hace mil años, llamado El Cornetín Perdido, pues alguien sin identificar me dejó
un cornetín en mi bota de Navidad, regalos del más allá…?) Si lo encuentro lo compartiré.
En fin, para no entrar en tantos detalles,
pues revolviendo papeles, me conseguí con este cuento de Navidad que escribí en
1997, en Caracas, en mi terraza de la Alta Florida, con mi vista al Ávila, la montaña
mágica. cuando mis hijos tenían 9 y 10 años. Una época muy caótica de mi vida. No recuerdo si ya lo compartí en
otra ocasión, pero bueno, si es así repito. Como decía mi hermano, hay tres
signos de envejecimiento, el primero es la pérdida de la memoria, y de los
otros dos no me acuerdo.
Comparto mi más entrañable estampa navideña.
UNA TARJETA DE NAVIDAD
Súbitamente, de golpe y sin previo aviso, se
abalanzó sobre mi vida el mes de diciembre. Repasé mi calendario, seguramente
estaba defectuoso. Tendrían que faltar por lo menos cuatro meses para el mes de
diciembre, pero no. El calendario no falla. Irremediablemente, llegó diciembre.
Mi mamá hizo las hallacas. Este año le recomendé que las hiciera con alegría, si
no, las hallacas saben a cansancio. Y no es para menos, a estas alturas del año
uno se encuentra: cansado.
Agotada, así estaba yo, pero es diciembre, y
como todos los resignados diciembres, tendría que hacer la clásica visita al
maletero para buscar las cajas que contienen los adornos de Navidad. Son los
mismos adornos de hace por lo menos cinco años pero, a mis hijos todavía les
parecen hermosos. El entusiasmo de ellos hizo que olvidara un poco mi cansancio
y en fin, nos pusimos a adornar la casa.
Subimos las cajas polvorientas y llenas de telarañas,
estornudé y me picaron los ojos, alergia a esta época del año, tal vez. Mi hija
Leonor no cabía de emoción. Mi hijo Santiago se mostró este año un poco
indiferente, está creciendo demasiado rápido. Comenzamos a sacar el pino magullado, con las
ramas aplastadas, las luces, con la mitad de los bombillos quemados, las
bolitas partidas. No importaba, para mis hijos esos detalles no eran
relevantes. Mi hijo Santiago, en medio de su indiferencia me decía: ¡Mami, este
año te esmeraste! Él siempre tan noble.
Culminamos el arbolito coronándolo con un lazo
dorado medio torcido y seguimos con el nacimiento. Colocamos el “muslo”, como
llama mi hija al musgo, improvisamos unas caídas de agua con papel de aluminio
y comenzamos a sacar las figuras. El Niño Jesús que tiene un pie partido, la
mula que le falta una oreja, los reyes magos que tienen un solo camello, y la población
de pastores de Belén que decrece año tras año, al igual que las ovejas, quizás por
problemas de embalaje.
Nada de eso importaba. El nacimiento quedó
realmente encantador.
Después de recoger, barrer, esconder las cajas
vacías, me senté en la silla a descansar y a contemplar nuestra decoración.
Finalmente sentí que había cumplido con diciembre, con la Navidad, con mis
hijos, con todo el mundo. Mi casa estaba decorada y en realidad, no había quedado
nada mal. Di un suspiro, mezcla de alivio y cansancio. Fue entonces cuando mi
hija Leonor, con su euforia aún intacta, trajo sus creyones y se sentó en el
piso a escribirle la carta al Niño Jesús. Fue en ese preciso instante cuando
algo ocurrió, un cambio, una sensación de roce de alas, una calidez, un
resplandor, una caricia, no sé. No suelen ocurrirme estas cosas, me extrañó y sonreí.
Se silencio la casa. Afuera la noche despejada
y espléndida. Yo, en mi lugar favorito, la terraza , mi hija en el piso,
dibujando, concentrada en sus ilusiones, a su lado el arbolito, maltrecho, pero
bello; el nacimiento rustico, demasiado tal vez, pero cálido, como un suave
fuego que conforta.
De pronto me pareció que aquella era la imagen
más bella que había contemplado en mucho tiempo, parecía un grabado, una
estampa de un libro maravilloso. Me quedé largo rato mirándola, como queriendo
guardar para siempre ese instante en mi memoria. Así será, jamás lo olvidaré.
Toda mi casa se lleno de una paz inmensa, como
si las ilusiones que mi hija plasmaba en su carta y la alegría de los colores
de su dibujo se hubiesen soltado y se hubiesen adueñado del ambiente. Una
inmensa alegría, indefinible, impregnó mi alma. Me provocó dar gracias y hasta
rezar. Me reconcilié con mi calendario, con el mes de diciembre, con mis cajas
polvosas, con la Navidad. Creo que alguien, no se quien, tal vez mi Niño Jesús
que tiene un pie partido, me envió a mi propia casa una tarjeta de Navidad, la más
hermosa que he recibido jamás.
Leonor Henriquez
3/12/97
PD: Me reí demasiado con el "Mami, este año te esmeraste" y con el "muslo".
¡Precioso! que bonito desempolvar recuerdos y descubrir que son nítidos, que pueden hacerse visibles otra vez. Los hijos tienen luz, una luz que nos guía en el camino. Abrazos
ResponderBorrarLos hijos tienen luz, me quedo con esa frase! Gracias Ester.
BorrarFeliz Año Nuevo!
Un abrazote!
Es bonito encontrar en estas fechas recuerdos y telarañas del pasado con tanta ternura...
ResponderBorrarUn abrazo y Felices Fiestas.
Telarañas de ternura, me encanta eso jaja.
BorrarUn abrazo y Feliz Año Nuevo!
Un abrazo grande!