jueves, 27 de diciembre de 2018

UN CUENTO VIEJO




En mi cuarto tengo un baúl que tiene una extraña cualidad.  Cada vez que lo abro, y saltan los recuerdos, lloro o me río. Esta vez  fueron las dos cosas al mismo tiempo. Más las risas, confieso. 
Buscando otra cosa (otro cuento que escribí hace mil años, llamado El Cornetín Perdido, pues alguien sin identificar me dejó un cornetín en mi bota de Navidad, regalos del más allá…?) Si lo encuentro lo compartiré. 
En fin, para no entrar en tantos detalles, pues revolviendo papeles, me conseguí con este cuento de Navidad que escribí en 1997, en Caracas, en mi terraza de la Alta Florida, con mi vista al Ávila, la montaña mágica. cuando mis hijos tenían 9 y 10 años. Una época muy caótica de mi vida. No recuerdo si ya lo compartí en otra ocasión, pero bueno, si es así repito. Como decía mi hermano, hay tres signos de envejecimiento, el primero es la pérdida de la memoria, y de los otros dos no me acuerdo.
Comparto mi más entrañable estampa navideña.


UNA TARJETA DE NAVIDAD

 Súbitamente, de golpe y sin previo aviso, se abalanzó sobre mi vida el mes de diciembre. Repasé mi calendario, seguramente estaba defectuoso. Tendrían que faltar por lo menos cuatro meses para el mes de diciembre, pero no. El calendario no falla. Irremediablemente, llegó diciembre. Mi mamá hizo las hallacas. Este año le recomendé que las hiciera con alegría, si no, las hallacas saben a cansancio. Y no es para menos, a estas alturas del año uno se encuentra: cansado.
Agotada, así estaba yo, pero es diciembre, y como todos los resignados diciembres, tendría que hacer la clásica visita al maletero para buscar las cajas que contienen los adornos de Navidad. Son los mismos adornos de hace por lo menos cinco años pero, a mis hijos todavía les parecen hermosos. El entusiasmo de ellos hizo que olvidara un poco mi cansancio y en fin, nos pusimos a adornar la casa.
Subimos las cajas polvorientas y llenas de telarañas, estornudé y me picaron los ojos, alergia a esta época del año, tal vez. Mi hija Leonor no cabía de emoción. Mi hijo Santiago se mostró este año un poco indiferente, está creciendo demasiado rápido.  Comenzamos a sacar el pino magullado, con las ramas aplastadas, las luces, con la mitad de los bombillos quemados, las bolitas partidas. No importaba, para mis hijos esos detalles no eran relevantes. Mi hijo Santiago, en medio de su indiferencia me decía: ¡Mami, este año te esmeraste! Él siempre tan noble.
Culminamos el arbolito coronándolo con un lazo dorado medio torcido y seguimos con el nacimiento. Colocamos el “muslo”, como llama mi hija al musgo, improvisamos unas caídas de agua con papel de aluminio y comenzamos a sacar las figuras. El Niño Jesús que tiene un pie partido, la mula que le falta una oreja, los reyes magos que tienen un solo camello, y la población de pastores de Belén que decrece año tras año, al igual que las ovejas, quizás por problemas de embalaje.
Nada de eso importaba. El nacimiento quedó realmente encantador.
Después de recoger, barrer, esconder las cajas vacías, me senté en la silla a descansar y a contemplar nuestra decoración. Finalmente sentí que había cumplido con diciembre, con la Navidad, con mis hijos, con todo el mundo. Mi casa estaba decorada y en realidad, no había quedado nada mal. Di un suspiro, mezcla de alivio y cansancio. Fue entonces cuando mi hija Leonor, con su euforia aún intacta, trajo sus creyones y se sentó en el piso a escribirle la carta al Niño Jesús. Fue en ese preciso instante cuando algo ocurrió, un cambio, una sensación de roce de alas, una calidez, un resplandor, una caricia, no sé. No suelen ocurrirme estas cosas, me extrañó y sonreí.
Se silencio la casa. Afuera la noche despejada y espléndida. Yo, en mi lugar favorito, la terraza , mi hija en el piso, dibujando, concentrada en sus ilusiones, a su lado el arbolito, maltrecho, pero bello; el nacimiento rustico, demasiado tal vez, pero cálido, como un suave fuego que conforta.
De pronto me pareció que aquella era la imagen más bella que había contemplado en mucho tiempo, parecía un grabado, una estampa de un libro maravilloso. Me quedé largo rato mirándola, como queriendo guardar para siempre ese instante en mi memoria. Así será, jamás lo olvidaré.
Toda mi casa se lleno de una paz inmensa, como si las ilusiones que mi hija plasmaba en su carta y la alegría de los colores de su dibujo se hubiesen soltado y se hubiesen adueñado del ambiente. Una inmensa alegría, indefinible, impregnó mi alma. Me provocó dar gracias y hasta rezar. Me reconcilié con mi calendario, con el mes de diciembre, con mis cajas polvosas, con la Navidad. Creo que alguien, no se quien, tal vez mi Niño Jesús que tiene un pie partido, me envió a mi propia casa una tarjeta de Navidad, la más hermosa que he recibido jamás.

Leonor Henriquez
3/12/97

PD: Me reí demasiado con el "Mami, este año te esmeraste" y con el "muslo".



4 comentarios:

  1. ¡Precioso! que bonito desempolvar recuerdos y descubrir que son nítidos, que pueden hacerse visibles otra vez. Los hijos tienen luz, una luz que nos guía en el camino. Abrazos

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    1. Los hijos tienen luz, me quedo con esa frase! Gracias Ester.
      Feliz Año Nuevo!
      Un abrazote!

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  2. Es bonito encontrar en estas fechas recuerdos y telarañas del pasado con tanta ternura...
    Un abrazo y Felices Fiestas.

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    1. Telarañas de ternura, me encanta eso jaja.
      Un abrazo y Feliz Año Nuevo!
      Un abrazo grande!

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