- _ Abuelita, qué ojos
tan grandes tienes… – dijo la Caperucita Roja.
- - ¡Son para verte
mejooooor! – respondió el lobo feroz.
Todos recordamos esta historia de la infancia
y viene a cuento, literalmente, porque hace poco me tocó mi examen anual de la
vista.
Ser espectadora de mis propios ojos fue una
experiencia sideral.
El Dr. Fung me examinaba con sus máquinas
modernas, encandilándome con luces muy brillantes, soplando aire dentro de mis
ojos y dándome comandos: abre, cierra, parpadea.
Y yo, fascinada, observando en la pantalla a
su lado, esas esferas translúcidas, mis ojos, parecidos al planeta Marte, con
ríos rojos, mares oscuros y volcanes luminosos.
Me parecía mentira que allí habitaran colores,
imágenes, rostros, ensueños, recuerdos.
Al final el Dr. Fung confirmó que mis ojos no
están tan mal, nada que unos anteojos progresivos no puedan corregir.
Salí de la consulta con fórmula para ojos
nuevos, pero la experiencia me hizo reflexionar sobre una diferente modalidad
de visión.
Quizás yo necesite otro tipo de lentes, me
dije, más cristalinos y menos apasionados, para ver con mayor claridad el mundo
que me rodea.
Confieso que a veces, mi temperamento
visceral, prefiero llamarlo intuitivo, me hace muy susceptible a sufrir de miopía
política, presbicia financiera y/o astigmatismo mediático, ese que hace que me
aísle del ruido.
Sin embargo, a mi favor, puede que tenga buena
visión para enfocar con precisión las cosas buenas que se esconden por ahí en
momentos de adversidad, una constante que he intentado en mi vida.
También puede que vea nítidamente las pequeñas
cosas que constituyen mi fuente diaria de deleite, y que muchas veces me
inspiran estas líneas.
Al final creo que la única que de verdad
necesita anteojos, pero de esos grandotes y de colorinches que están de moda
ahora, es la Caperucita Roja, porque, eso de confundir a su abuelita con el
lobo, hoy como abuela que soy, me haría sentirme muy dolida, jaja…
Bonito relato.
ResponderBorrarUn abrazo.
Gracias por leerme Rafael, siempre un honor.
BorrarAbrazos