Conozco a tres Penélope y con todas me
identifico de alguna manera:
Penélope, la del bolso de piel marrón y
zapaticos de tacón, la de Serrat.
Penélope Glamour, la de los Autos Locos,
glamorosamente pésima al volante, como yo.
Y Penélope, la esposa de Ulises, la que teje y
desteje su propia espera.
A esta última me quiero referir.
Tejer, con estambre o tiempo, es un ejercicio de paciencia y perfección.
Dos virtudes de las cuales adolezco.
Si uno pierde la cuenta, o comienza con mal pie, el resultado es un adefesio.
Si uno se descorazona, y piensa que es muy difícil
el reto, hay riesgo de abandono.
Si uno se conforma con los errores, y sigue
adelante sin corregir, el resultado es
mediocre.
Si uno no disfruta el proceso, en vez de un
placer, es una tarea insoportable.
Si uno quiere avanzar rápido, es probable que
uno termine desbaratando, y en vez de ganar tiempo, termina uno perdiéndolo.
Tejer, con lana o con el hilo de la existencia, enseña a comenzar de cero cada día, si es necesario, las veces
que sean necesarias.
Tejo y destejo.
Con el tesón y la paciencia de Penélope.
Cada día de mi vida, con sus aciertos y errores, se parece mucho al suéter azul que le
estoy tejiendo a mi esposo.
Una verdadera Odisea.
PD: Entre
maldiciones, y refunfuños, cada noche tejo y destejo mis errores, en este
proyecto de suéter gigante en el que me embarqué.
Es mi meditación, lección de paciencia, esa que "cuando es infinita, produce
resultados inmediatos". Al final disfruto
el proceso, igual que la vida, con sus remiendos, correcciones, reinicios. Como
dice el poeta Kavafis, en su poema Itaca
“…no hagas con prisas tu camino…”